El stand up femenino está teniendo glandes momentos en Netflix, sobre todo ese humor más allá del chiste fácil que da una vuelta de tuerca a la reivindicación social y feminista, como ya hemos visto con Malena Pichot y Ali Wong.
La humorista Hannah Gadsby va un paso más allá. Lo que a priori parece un monólogo de una hora y media de sororidad e ironía, termina siendo un autentico discurso reivindicativo a favor de las mujeres, de su posición histórica dentro del arte, de su situación personal y la del colectivo LGTBI.
HannahGadsby nació en Tasmania en 1978, y allí la homosexualidad fue delito hasta 1997. Crecer como adolescente lesbiana en un entorno represor es uno de los factores a los que Hannah apela en su desarrollo como persona. Aunque de profesión es cocinera, siempre se la presenta cómo una humorista gay. Tiene una licenciatura en Historia del Arte, y su puesta en escena es, gracias a esto, toda una master class sobre arte, machismo e idealización del artista y de la enfermedad mental dentro del arte. Te deja con la boca abierta.
La magia del monólogo de Hannah Gadsby radica en que deconstruye toda su historia, y estampa contra la cara de quien lo está viendo la realidad social en la que vivimos, la presión de ser un colectivo reprimido o, simplemente, de formar parte del colectivo que no maneja el poder: las mujeres.
Cómo ya sucediera con Roxane Gay en su monólogo Bad Feminist (puedes comprar su libro aquí), una pieza aparentemente de entretenimiento se convierte en un vehículo de subversión y de reflexión tan necesario en estos tiempos.
Hannah apela al hombre blanco heterosexual durante todo su discurso, creando una situación incómoda llena de verdad. Es un monólogo imprescindible para reír y llorar porque, como dice Hannah Gadsby: su historia es la nuestra, la de cada una de nosotras.
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