Posicionarse ante el auge in crescendo del prohibicionismo resulta cada vez más complejo. Es innegable la necesidad de regular nuestros hábitos y costumbres respecto a la emergencia pandémica, no cabe duda; pero también frente a la situación de contaminación planetaria; ante los excesos que vertebran los modos de vida contemporáneos; frente al modelo de hiperconsumo y obsolescencia auspiciado por las industrias publicitarias multinacionales. En la primera parte de esta serie sobre imaginarios culturales en torno a la drogadicción intentaba aportar algunos bosquejos para definir las categorías de Droga y Adicción. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Droga?, me preguntaba. En cambio, la propuesta de este artículo se centra en el esquema del prohibicionismo antidrogas como uno de los precedentes reguladores de la economía política del mundo globalizado.
Si la génesis del proyecto de expansión colonial estuvo supeditada al tráfico de esclavos y especias en paralelo al control de las rutas comerciales, el punto de partida de esta segunda entrega será el de considerar el siglo XX como el siglo de La Droga. El régimen farmacolonial pasará a convertirse en la arquitectura prototípica de los poderes transnacionales de la Modernidad y su andamiaje cada vez es más plausible. Los últimos acontecimientos a nivel geopolítico en Afganistán son una muestra de sus perversas y complejas redes de sometimiento, violencia y terror. No obstante, antes de llegar ahí, quisiera hacer una pequeña genealogía de cómo se ha ido modelando este entramado hasta el día de hoy.
Aleister Crowley (1875-1947), un personaje que forjó su fama durante la primera mitad del siglo XX, fue ensayista, poeta, místico, ocultista, aventurero… un fraude de persona para unos, santo barón para otros. No será hasta bien avanzados los años sesenta cuando su figura comience a despegar dentro de los ambientes subculturales. A Crowley habría que reconocerle la iniciativa visionaria de fundar toda una contracultura que denominó Thelémica, basada en principios filosóficos de la libre voluntad del individuo sistematizados de su puño y letra. Siempre rodeado de cierto misticismo, Crowley pasaría a convertirse para sucesivas generaciones en una figura de culto. Pero lo que nos interesa especialmente y a lo que vamos a remitirnos justo en este preciso momento es a un texto muy desconocido del autor, escrito en 1917 a colación de la primera ley, bautizada como Harrison Act, que intentó regular la producción, distribución y consumo de cocaína y otras drogas en Estados Unidos.
Esta ley federal antinarcóticos data del año 1914 y sienta un precedente declarando el pago de impuestos sobre los opiáceos y los derivados de la coca, así como la necesidad de una receta médica para obtenerlos. Una de las motivaciones de la ley provenía del incremento en el consumo de opio en las colonias de Estados Unidos, controladas por obispos y clérigos del imperio que ejercían como guías morales del reformismo americano. Los argumentos para la criminalización de sustancias como el opio y la cocaína señalan explícitamente la amplia difusión que conocen entre comunidades afrodescendientes o con escasos recursos económicos.
Crowley, sintiéndose presumiblemente interpelado, descree de la regulación que se justifica sobre el supuesto abuso de una minoría y se pregunta: «¿deberían las drogas estar disponibles para el público?». La tesis de su ensayo recae sobre la «conciencia» que debe desarrollar todo consumidor de cocaína, sabiendo en todo momento primar los «efectos farmacológicos» frente al precipicio de la drogodependencia. Sin dejar de ser en extremo idealista, el motivo por el cual se opone rotundamente a la Harrison Act reside en el sustrato antidemocrático que anularía la voluntad del individuo para decidir sobre sus acciones. Antes de continuar, no quisiera pasar por alto el extravagante párrafo que anticipa su conclusión final. Mientras relata las vivencias acaecidas durante un viaje a España, Crowley describe el empleo del alcohol entre los parroquianos y sus secuelas en las formas de socializar, lo cual le lleva a una afirmación del todo insospechada: «El problema de la civilización es su vida tan intensa, que exige una estimulación también intensa. La naturaleza humana necesita placer; los placeres saludables requieren ocio; debemos elegir entre la embriaguez y la siesta. No hay cocainómanos en Logroño». Es pues la drogadicción para Crowley el producto de un modo enajenado de vida que aún no podía ni siquiera predecir. Con esto en mente, vayamos a las profundidades del asunto que nos ocupa.
«El problema de la civilización es su vida tan intensa, que exige una estimulación también intensa. La naturaleza humana necesita placer; los placeres saludables requieren ocio; debemos elegir entre la embriaguez y la siesta. No hay cocainómanos en Logroño».
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Si desde ese momento, 1914, tiene lugar un punto de inflexión en las políticas antidrogas a nivel mundial, habría que remontarse un par de siglos atrás para comprender la verdadera complejidad de la problemática en conjunto; más concretamente, a la Guerra de Independencia de Estados Unidos (1775-1783) y la Constitución federal de 1787. Mi hipótesis es la siguiente: la puesta en marcha y aplicación de los principios del liberalismo político por parte del naciente sistema democrático estadounidense, desde finales del siglo XVIII, está indisociablemente unida a una estructura drogopolítica de gobierno, o lo que es lo mismo, adquiere su correlato en un régimen narcoliberal.

La fotografía que pueden ver sobre estas líneas es una de las páginas de la primera constitución moderna, la ya aludida constitución de EE.UU. Este documento ilustra a la perfección a lo que me refiero: el narcoliberalismo es una forma de gobierno global que sienta sus bases sobre la categoría Droga. ¿Dónde se refleja esto en la fotografía en cuestión? Pues bien, digamos que el subtexto de la imagen, la superficie sobre la cual se inscribe la norma es la droga misma. Los “padres” de la primera constitución, quienes preparan el terreno para instaurar el liberalismo político como forma de gobierno, escriben paradójicamente los artículos de la carta magna sobre papel de cáñamo. Pero la cosa no termina ahí. Muchos de ellos, la gran mayoría, eran beneficiarios de una estructura económica de proto-narcotráfico que fue determinante para financiar la Guerra de la Independencia: el grueso de su patrimonio procedía de las plantaciones de cáñamo, y del cultivo y distribución de los bienes obtenidos. Estas circunstancias fueron posibles antes de la prohibición y criminalización de las drogas, pero es factible leer retrospectivamente los hechos desde una óptica del presente con el objetivo de comprender su alcance histórico-político.

Tomémoslos como metáfora para conducirnos por el entramado narcográfico que ponen a la vista. En su libro Capitalismo Gore Sayak Valencia describe cómo este sistema que se expande ilimitadamente «parte del neoliberalismo pero […] participa de los presupuestos capitalistas; pues aún siendo ilegal es aclamado y patrocinado por los gobiernos y las multinacionales, ya que resulta un inversor potente en el mercado, que se clarifica a través del lavado de dinero en los paraísos fiscales». El capitalismo gore vendría a ser la cara B que muestra sin enmascaramiento las consecuencias directas de la drogopolítica farmacolonial y sus gradaciones según una distribución territorial: la violencia a pie de calle en Ciudad Juárez o la barbarie en Kabul; el alto porcentaje de adolescentes deprimidos en Reino Unido; la masacre ecológico que deja a su paso la guerra antidrogas en América Latina; el incremento generalizado de las llamadas adicciones psicológicas o cognitivas, como por ejemplo a Internet, entre un número creciente de personas.
El capitalismo gore vendría a ser la cara B que muestra sin enmascaramiento las consecuencias directas de la drogopolítica farmacolonial y sus gradaciones según una distribución territorial: la violencia a pie de calle en Ciudad Juárez o la barbarie en Kabul
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Lo que Valencia denomina «producto criminal bruto» de la economía mundial es un dato muy a tener en cuenta. La atención pormenorizada a este producto criminal bruto no solo permitiría expandir la complejidad de los análisis, sino que sería un buen comienzo para trascender las experiencias sesgadas del Primer Mundo hacia un horizonte de mayor amplitud. Siguiendo esta misma línea, el periodista Roberto Saviano ha publicado recientemente un artículo donde vincula el ascenso de los talibanes en Afganistán con las redes de narcotráfico que los convierte en el principal exportador de heroína al resto del planeta. Y dice lo siguiente:
Lo que en estos días muchos divulgadores y opinólogos han ignorado por completo es que si se buscan las principales dinámicas del conflicto, las fuentes primeras que lo financian, se llega a esto: la de Afganistán es una guerra del opio. No ha ganado el islamismo, como muchos dicen, ha ganado la heroína. Y más del 90 % de la heroína mundial se produce en Afganistán. Esto significa que los talibanes, junto con los narcos sudamericanos, son los narcotraficantes más poderosos del mundo. En otras palabras, en esta guerra, ganaron los mejores traficantes.
Lo que en estos días muchos divulgadores y opinólogos han ignorado por completo es que si se buscan las principales dinámicas del conflicto, las fuentes primeras que lo financian, se llega a esto: la de Afganistán es una guerra del opio.
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La carrera iniciada en el siglo XVIII que lleva a EE.UU. a ser la primera potencia económica mundial conoce distintas fases. Hemos intentado concretar dos de ellas: el nacimiento del régimen narcoliberal, con sus implicaciones drogopolíticas, por un lado, y el avance del famacolonialismo mediante la ilegalización de las drogas y sus secuelas punitivas, por otro. En definitiva, si nos paramos a pensarlo, los hilos que permiten vehicular un análisis distanciado entre el miedo y el dolor, entre las condiciones económicas y políticas de las que se desprenden, estos hilos convergen sobre el mismo núcleo. Drogopolítica y farmacolonialidad, histórica y culturalmente, serán los ejes a los que atender si no queremos perder de vista el tablero del perverso juego que amenaza con llevarnos por delante. Y la actualidad nos dice a gritos que ya estamos tardando demasiado en despertar.
1.Véase: Lizardo Herrera y Julio Ramos (eds.), Droga, cultura y farmacolonialidad: la alteración narcográfica, Santiago de Chile, Universidad Central, 2013.
2.Hacia 1920 funda en Sicilia la Abadía de Thelema (nombre extraído de la novela Gargantúa y Pantagruel de F. Rabelais): comuna regida por los principios del placer y la libre voluntad de su filosofía Theléma.
3. Véase: Antonio Escohotado, Historia General de las drogas, Barcelona, Espasa, 2018, pp. 608-611: «La combinación de metas imperiales y misionales que caracteriza al reformismo americano de la época, tiene uno de sus focos de irradiación en el International Reform Bureau. Dirigido por el reverendo W. S. Crafts».
4. Aleister Crowley, “Cocaína”, en VV. AA., Pioneros de la coca y la cocaína, Valencia, El peón espía, 2011, p. 130.
5. Ibid., p. 133.
6. Sayak Valencia, Capitalismo Gore, Santa Cruz de Tenerife, Melusina, 2010, p. 68.
7. Palabras de Roberto Saviano en su artículo Corriere della Sera, traducidas por el diario Público el 18/08/2021. Disponible en: https://v.gd/qhJMdj