No se puede encontrar la paz evitando la vida
Virgina Wolf
No se puede, no.
Durante años no encontré la paz, tampoco la vida. Dos palabras: gordo maricón, gritadas con la peor de las intenciones desde una de las ventanas de ese instituto que durante cuatro años había sido mi infierno particular, desataron una hecatombe en mi habitar el mundo. Tanto tiempo, demasiado tiempo, preguntándome por qué guardé silencio, por qué estuve huyendo de mí, escondiéndome de los otros, asomando la cabecita de vez en cuando para que el aire fresco hiciese una especie de sortilegio purificador y curase el miedo, el dolor, la herida abierta que no paraba de supurar, que nunca cicatrizaba.
No tuve amor propio, aunque sí la astucia para abrir pequeñas grietas, encontré cierto acomodo en el laberinto, lugares en los que resguardarme, acurrucarme. Siento un gozo inmenso al recordar el tiempo de lectura de una colección de grandes escritoras, siempre he sabido con una precisión particular el momento en el que comenzó mi ser lector y aquellas novelas de: Jane Austen, las hermanas Brönte, George Sand, Willa Cather, Carson McCullers, Jane Bowles, Carmen Laforet. Me llenaba de deseo cuando en el buzón aparecía la notificación cada mes que avisaba de que ya estaban los cuatro ejemplares de cada entrega en la oficina de Correos. Fueron un pilar fundamental en mi educación sentimental, los estudios de género fueron un año antes.
Quedó atrás la emoción pegajosa, ya no está más. Y entre los libros que me hubiese encantado leer en los momentos difíciles hubiese sido perfecto poder haber contado con (H)amor 4 _ (H)amor propio que la editorial Continta Me Tienes publicó en octubre del año pasado, acaban de editar la segunda edición. No sé bien cómo continuar con este artículo, muero por contaros el libro entero, página a página. No quiero ser categórico, pero me encantaría que lo leyerais para poder conversar con vosotras sobre todas las ideas que desbordan cada párrafo, por la continua afirmación de nuestra vida, de nuestra carne, de nosotras como centro y también como periferia, de saberse, de elegir el lugar que queremos ocupar, de lo propio y de lo común. Es un libro, que es un grito de alegría, es éxtasis, celebración de lo obsceno poniendo aquello que estaba fuera de escena en el centro, contiene todo el potencial transformador del feminismo.

Escribe Irantzu Varela: que cada uno de nuestros actos esté orientado a obtener el máximo placer y el mínimo dolor. Eso se llama autoamor. Eso es quererse. Y eso es lo que nos han enseñado a no hacer a las mujeres, continúa recordándonos que todas hemos llegado al feminismo agarradas al poco autoamor que nos quedab y esa idea rotunda e imprescindible de que el feminismo al derribar la frontera entre lo personal y lo político implica que ninguna idea deja indemne. Ningunx saldremos indemnes tras leer este libro, qué inmensa suerte. Y no lo saldremos porque practicaremos la apertura necesaria hacia lxs otrxs, compartiremos vulnerabilidades (Txus García), podremos poner a circular esa otra ética, “la ética de la colaboración” que propone Laura Latorre, con nosotrxs mismxs y con los demás.
Lxs cuerpxs gordxs, los pliegues, el deseo, el afecto, el cuidado, el tiempo propio y el tiempo con los demás, conversar y conversar y conversar. Quiero estar en esa fiesta como política de vida que narra Alejandra «Labala» Rodríguez en su capítulo y contemplar esa rareza tan hermosa que hay en nuestrxs cuerpos gordos, en esa voluptuosidad, en ese atreverse a asumir que ese fuera que nos fue impuesto puede ser centro, o no. Lo múltiple, lo diverso, lo propio, lo común, lo gordo, lo flaco, lo bello, lo hermoso, el goce, el experimento. Las fracturas, un punto de fuga. Todo eso, en realidad mucho más es (H)amor
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