Los pies fríos, de Beatriz García Guirado.

Dice Beatriz García Guirado en el epílogo de Los pies fríos (Sloper, 2022), su tercera novela, que «lo canónico me importa un pimiento y eso creo que me convierte en la peor persona para escribir una reseña y, sin duda, una nefasta crítica literaria. Porque yo solo diría, esto ruge o no ruge; esto lo siento verdadero o no». Siento discrepar, pues el propio epílogo ya hace casi innecesaria esta reseña, escrita por alguien con títulos que supuestamente avalan un gran conocimiento en teoría literaria —del que a veces dudo—, y además nos deja con algunos fragmentos interesantes sobre el proceso de creación literaria, como por ejemplo el que hace respecto al cronotopo: «El tiempo es un continuo y yo voy saltando. […] Las fechas no tienen ningún sentido; cada vez que recuerdo, experimento de nuevo, y lo mismo cuando invento. Está sucediendo». Curiosamente, justo a la vez que devoraba este libro, porque se coge con gusto a pesar de su crudeza —mérito de la agilidad narrativa de García Guirado—, leía Filosofía-Ficción de Amy Ireland —recientemente publicado en español por Holobionte— en el cual esta autora comenta: «considero que escribir es una operación mágica. Si las palabras pueden instituir el control, también pueden usarse para subvertirlo. Todas las especies de realismo literario colaboran implícitamente con el programa de realidad dominante». Me encanta cuando los libros dialogan entre sí inesperadamente, pues, aun siendo ambos de autoras con concepciones literarias ligeramente diferentes, Los pies fríos es una obra antirrealista, que pone el foco en lo que permanece oculto, el cual se revela a través del acto mágico de la lectura.

Son ciertos estos saltos espaciotemporales que señala Guirado, la fragmentación y la polifonía del relato hacen que recuerdo y presente se entremezclen y se interrumpan continuamente, lo que da, de paso, intriga al relato, o mejor dicho, hace que «ruja», que parezca «verdadero». La novela parte de un doble asesinato del que pronto conocemos a su autor, lo que motivó el crimen y las circunstancias en que tuvo lugar se reconstruyen a través de dos voces (versiones): la de Harry Butterfly, el criminal, quien desde su celda en el corredor de la muerte describe su vida y recuerda su biografía; y la del periodista Gabe Benson, a través de extractos de su obra La noche del Alacrán, una crónica del caso escrita desde el sensacionalismo y el amarillismo, en donde el espectáculo prima por encima de la verdad, como se intuye a partir de los diferentes comentarios a la obra que aparecen en el texto —otra cuestión clásica en la teoría literaria, la de la verdad/verosimilitud—. Un personaje el de Gabe que recuerda al de la periodista sin escrúpulos que interpretase Courteney Cox en Scream. Vigila quién llama (Scream, Wes Craven, 1996), aunque esta al menos tiene algo de corazón. 

Son ciertos estos saltos espaciotemporales que señala Guirado, la fragmentación y la polifonía del relato hacen que recuerdo y presente se entremezclen y se interrumpan continuamente, lo que da, de paso, intriga al relato, o mejor dicho, hace que «ruja», que parezca «verdadero».

Según Gabe, su finalidad es contar la historia de la ciudad, pero curiosamente es Los pies fríos, y no La noche del alacrán, el verdadero relato sobre El Paso del Escorpión, una localidad levantada en los cimientos de la moral implantada por el fundamentalismo religioso, con su racismo y su miedo al otro, pero también por el capital —empresas farmacéuticas en este caso—. Estos son los poderes que gobiernan desde los orígenes, generando miedos entre la población para someterla sin importar las consecuencias. Muerte, crímenes, revueltas racistas, pánico satánico; respecto a esto último hay referencias al vandalismo ilustrado en la universidad, a la música con mensajes subliminales en las letras y a personajes interesados en artes ocultas —imposible no acordarse aquí de Damien Echols y su Vida después de la muerte (Orciny Press, 2019)—. Harry Butterfly, a pesar de ser un criminal, no deja de ser un chivo expiatorio. Su condena calma a la gente aterrorizada por las morbosas noticias de los medios. La idea de la pena de muerte como forma de acabar con los males. Sin embargo, no todos los «malos» son ajusticiados, fuera quedan impunes otros peores, quienes además se encargan de hacer creer que el sistema funciona. Así pues, los cabecillas, los instigadores en verdad de toda la violencia institucional, perduran. Estos, además, mitigan el dolor de la población atiborrándola de pastillas o de salmos. Y este precisamente es otro asunto de importancia: lo religioso, lo espiritual. La riña entre sectas y fundamentalismos. Su uso para generar miedos y conflictos mediante supersticiones. Aunque lo sobrenatural también se encuentra en las visiones de Harry, en los «pies fríos» de la presencia que no deja de seguirlo y atormentarlo.

Pero ante todo Los pies fríos es un libro cuya crudeza atrapa por su prosa fragmentaria, veloz, violenta sin entrar en morbo innecesario ni en descripciones eternas e innecesarias. Un true crime bastante weird narrado a veces con la fiereza de un escupitajo lanzado con rabia, aunque poético en otras, como sucede con la simbólica presencia del fuego —contrapuesto a los «pies fríos»— y con una estética sucia a la par que mágica. No me gustan las frases con mezcolanzas de referencias para hablar de una obra, no obstante, si esta crítica tiene el poder de convencer a alguien, que no sé yo, aunque crea en el poder mágico de las letras, que ese alguien piense en un A sangre fría transcurriendo en Twin Peaks. 

Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de la editorial Sloper.

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