Oye, Sal, ¿por qué no hay hermanos en la pared?
Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989)
«Por más antigua que resultase la “nueva” historia del trabajo, en sus mejores momentos la “historia desde abajo” tuvo un impacto mínimo en los estudios afroamericanos», comenta Robin D. G. Kelley en la introducción de su libro Historia oculta de la rebelión negra, obra de 1994 publicada ahora en castellano por la editorial Levanta fuego —la antigua Antipersona, que pasa a ser ahora una colección dentro del nuevo proyecto—. Kelley, como él mismo dice, trata de «profundizar un poco más en ese “desde abajo” hasta llegar a aquellos trabajadores cuya resistencia y supervivencia han quedado registradas de forma casi inaccesible». Con el foco puesto en los márgenes que otras investigaciones obviaron, construye una crónica sobre la importancia de quienes a lo largo del siglo XX emplearon el sabotaje o la pereza como forma de protesta frente a la explotación y las nefastas condiciones de trabajo, del papel de las trabajadoras del hogar y la resistencia de estas ante el acoso laboral, de la racialización a la hora de repartir las funciones dentro de una fábrica o de la transgresión que suponía recurrir a la agresión verbal teniendo en cuenta que el insulto era considerado un delito —más sobre todo ante la fuerte presión social y policial que sufre la población afroamericana—; esto último como parte de la confrontación por el espacio público, sobre todo en el caso de los autobuses y la división de los asientos por zonas según la raza.
Kelley resalta también la importancia de la cultura y de las organizaciones y redes de apoyo: «La cultura y la comunidad son esenciales para entender la infrapolítica de la clase obrera negra». A este respecto describe qué tipo de actividades realizaba o cómo vestía la comunidad afroamericana en espacios que permanecían en las sombras y qué tipo de implicación política tenían por ello: por ejemplo, la existencia de canciones religiosas que incluían mensajes a favor del sindicalismo.
Describe qué tipo de actividades realizaba o cómo vestía la comunidad afroamericana en espacios que permanecían en las sombras y qué tipo de implicación política tenían por ello: por ejemplo, la existencia de canciones religiosas que incluían mensajes a favor del sindicalismo
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Precisamente sobre esto versa la segunda parte del ensayo, la relación de la comunidad negra con los sindicatos y los movimientos sociales, en la que, sin duda, uno de los puntos más interesantes es el capítulo dedicado al papel de los afroamericanos en la guerra civil española, quienes se unieron al Batallón Lincoln para combatir al fascismo en venganza por la invasión militar de la Italia de Mussolini a Etiopía y también porque entendieron este conflicto también como lucha contra el racismo que sufrían en su propio país. Finaliza Kelley en la tercera y última parte analizando la figura de Malcolm X, las revueltas de comienzos de los 90 a partir del caso de la agresión policial sufrida por Rodney King y el gangsta rap. El capítulo dedicado a este género musical es especialmente sugestivo por las conclusiones que se extraen del análisis de las letras de artistas como los N.W.A. o Snoop Dogg. Kelly señala cómo los medios han malinterpretado estas canciones al desgranar su retórica excesiva y chulesca, de las cuales sustrae aspectos como que estas bandas culpan a la cultura hegemónica estadounidense de la violencia y la delincuencia en las calles, pero tampoco se olvida de la misoginia habitual de sus letras y de la existencia de artistas afroamericanas que la criticaron. Y ese es uno de los mejores puntos de Historia oculta de la rebelión negra, pues las observaciones de Kelley están libres de cualquier tipo de maniqueísmo, expone infinidad de casos comprendiendo el contexto cada situación y se fija en aquellos detalles que han pasado desapercibidos para el cronista de turno, habla de lo ganado y de lo perdido y aboga por una lucha y una nueva visión de la historia que atiendan tanto a raza como a género y clase. Todo esto sin perder el gusto por contar algo.

No hay más que ver la vasta cantidad de notas que aparecen al final del libro para darse cuenta de que Kelley es sin duda un gran erudito, pero no por ello recurre a infumable estilo pedante, llena de tecnicismos mal empleados que oscurecen la comprensión de un texto que no los requiere —amén, en este caso, del buen trabajo en la traducción de Munir Hachemi—.
Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de la editorial Levanta Fuego.