There’s nought so queer as folk.
Dicho popular de algunas regiones del Norte de Inglaterra
Si nos permitimos pensarlo de una manera poética, podemos afirmar que el año 2000 fue un umbral de transición entre épocas. Las luchas disidentes, los movimientos anticoloniales, las sublevaciones queers y las prácticas de diversas corrientes feministas se consolidaban, no sin resistencia de las instituciones académicas, en diversas corrientes de estudios, investigaciones y teorías críticas divulgadas en un mar de libros y argumentos que signaban el fin de la epistemología binaria de la diferencia sexual. Se comenzó a pensar al deseo, el uso reflexivo de los placeres y los cuerpos entendidos como arquitecturas somáticas, como las piezas de máquinas mutantes de una revolución todavía en curso.
Mientras en EU se discutían los aportes de Judith Butler sobre la performatividad de las tecnologías del género, las estratificaciones políticas de la sexualidad en la obra de Gayle Rubin o las nuevas formas de entender la feminidad, la masculinidad y la cuestión trans de la mano de Jack Halberstan, todos influidos por el fantasma intelectual de Michel Foucault, en Francia se publicaba el Manifiesto contrasexual de Paul B. Preciado. Casi al mismo tiempo que se había inventado un compuesto de moléculas que permitiría salvaguardar la vida de cuerpos seropositivos, la testosterona sintética comenzaba a circular entre agrupaciones contraculturales y gender hackers, mientras que estaba por explotar el boom de las conexiones digitales de las redes del internet. Fue el 3 de diciembre del 2000, como un efecto de registro visual que condensaba (a su manera) todos estos acontecimientos en una nueva narrativa ficcional, que se estrenó la serie Queer as folk.
La serie nos cuenta la vida de un grupo de hombres gays y una pareja de lesbianas en Pittsburgh (Pensilvania). Tiene un total de 83 episodios distribuidos en cinco temporadas, y su emblemática narrativa fue clave para toda una generación y sus nuevas formas de subjetividad, placer, comunidad y sexualidad. Siguiendo la fórmula televisiva norteamericana de mostrar las desavenencias, triunfos y amoríos de un grupo de amigxs, es de las primeras y más exitosas series en mostrar abiertamente relaciones afectivas, sexuales y comunitarias disidentes, sin recurrir a la violencia o burla que actualmente sigue estilándose en algunas producciones más conservadoras, marcando una época y abriendo el camino para otras formas de representación en el entretenimiento.
Si bien es posible criticar, y es necesario mencionar, que la serie no deja de plegarse a estéticas visuales hegemónicas, mostrando mayoritariamente cuerpos viriles, blancos y fitness, ejecutando performativas que, en ocasiones, reproducen algunos rasgos de colonialismo o invisibilidad de la amplia gama de la diversidad erótica y afectiva posible. Es también importante destacar que como tal nunca pretendió representar todo el espectro de ninguna comunidad, como bien lo aclaraba la nota que se incluía en su emisión por la cadena Showtime: «Queer as Folk es la celebración de las vidas y las pasiones de un grupo de amigos gays. No trata de reflejar toda la comunidad gay».
Ahora bien, en esta ocasión no pretendo escribir una reseña sobre Queer as folk, sino más bien reflexionar sobre la importancia que ha tenido la serie en mi propia vida. Me topé en una ocasión, casi por casualidad, con la primera temporada de la serie en una tienda de dvds, cds y videojuegos (aquellos discos plateados y brillantes en proceso de desuso y que hoy parecen ser más piezas de colección, o bien, estorbosos objetos de un no tan distante pasado). Yo era un adolescente de doce años en ese momento y lo que principalmente llamó mi atención de la caja fue la bandera de arcoíris del logo en el título de la serie y claro, por supuesto, las atractivas fotos de los protagonistas. Ese mismo día le pedí a mis padres que me compraran esa colección de dvds y por fortuna lo hicieron sin prestar atención a lo que me estaban comprando. Recuerdo ver esa primera temporada completa en una semana, durante las noches, antes de ir a dormir, así fue como comencé a soñar con otro mundo posible para mí. Posteriormente, me las ingenié para conseguir las otras cuatro temporadas en dvd (que todavía conservo como tesoros coleccionables).
La ficción de esta historia fue, junto con Desperate Housewives y Charmed, un refugio del acoso escolar, la violencia y las agresiones homófobas que viví en aquel entonces. Cada noche ponía un disco y veía entre dos y tres capítulos, imaginando que yo era el protagonista, el antagonista, o un nuevo personaje de aquella narrativa. Ver la historia de romance entre el joven Justin y el seductor Brian me hizo pensar que un día encontraría alguien a quien amar y que también me amara a mí, porque enamorarse, vivir apasionadamente historias de sexo, placer y cuidados eran ya una posibilidad en mi universo discursivo. Sin yo tener una conciencia política en ese entonces, aprendí sobre la importancia histórica de los movimientos activistas de liberación sexual, sobre la lucha contra la pandemia del sida, sobre el peligro y el letal potencial de la homofobia, la misoginia y el racismo, sobre las parejas serodiscordantes, también sobre las redes afectivas y las múltiples formas de vinculación familiar y filiación legal, y más aún, sobre la importancia del cariño, del cuidado y del amor. Esta serie me dio mis primeras lecciones sobre cómo desarraigarme de los prejuicios del entorno donde crecí y las maneras para comenzar a desear otra vida, con un horizonte apenas por descubrir y explorar.
Sin yo tener una conciencia política en ese entonces, aprendí sobre la importancia histórica del activismo, sobre la lucha contra la pandemia del sida, sobre el peligro y el letal potencial de la homofobia, la misoginia y el racismo.
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Con dieciséis años cumplidos (no debería escribir esto aquí), algunas experiencias sexuales placenteras, el cándido corazón de adolescente roto por mi primer desengaño amoroso, e inspirado por lo que había visto en la serie, decidí viajar solo por primera vez en mi vida (inventé una creativa excusa para que no sospecharan nada en casa), tomando un autobús que me llevó de la pequeña ciudad en la que crecí a la enorme CDMX para vivir mi primera marcha del orgullo. Aquel primer viaje es uno de los acontecimientos más importantes de mi vida. Todos los elementos importantes retratados en la visualidad de la narrativa de la serie estaban presentes en mi primer pride. Las banderas multicolores, los hombres semidesnudos, las drags, las lesbianas, las trans, las maricas y los leathermen, en un ambiente de fiesta y celebración. Lo que más recordaré siempre de esa primera marcha es la sensación de júbilo, alegría y libertad que experimenté. Cuando vi a tanta gente reunida, gritando, cantando, festejando, follando, celebrando, reivindicando su existencia, sentí que no estaba solo en el mundo, y en ese instante fui libre. Esa noche fui a un antro gay por primera ocasión, bebí mucho alcohol, bailé, disfruté de la vida como nunca lo había hecho y comencé formalmente mi particular revolución molecular.
Si bien Queer as folk no fue, ni ha sido, mi único referente, es una pieza clave de lo que soy ahora. Creo que en esto que hoy les cuento radica un elemento importante de la representación en los contenidos de ficción disponibles en los medios digitales actualmente. En aquel entonces los prejuicios sobre el sida, la homofobia y la misoginia, dominaban las formas de representación en las series y los contenidos de entretenimiento. Esta serie no solo rompió demoledoramente con todo eso, sino que además lanzó un desafío contundente porque retrataba por primera vez el amargo impacto de la pandemia del sida, la importancia de la lucha por políticas públicas, derechos legales y reconocimiento de aquellas castas denostadas por el régimen heterosexual. Pero también, desbordaba sensualidad, pasión y orgullo, ese orgullo de ser un marica, una bollo, una drag, un yonqui, un trans, alguien que vive con VIH. La principal lección de la serie para mí es no tener miedo y sentir orgullo de lo que soy, de mis deseos, mis placeres y mi vida.
Esta serie no solo rompió con todo eso, sino que además lanzó un desafío porque retrataba por primera vez el amargo impacto de la pandemia del sida, la importancia de la lucha por políticas públicas, derechos legales y reconocimiento por el régimen heterosexual.
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Entre otras cosas, la importancia de la representación en las series, las películas, los libros, toda forma de ficción y de entretenimiento, radica en que sirve de guía, de mapa discursivo, estético y narrativo sobre otras experiencias. Permite en momentos cruciales de nuestras vidas encontrar efigies para identificarnos y sobrevivir. Estas historias nos brindan las primeras herramientas, las primeras ideas, las primeras imágenes, canciones, ropajes, formas, actitudes y estrategias para devenir en algo distinto de lo impuesto, para mutar y transformarnos. Es una forma de transmisión del legado de los archivos somatopolíticos de nuestrxs antecesorxs para reinventarnos cada vez que sea necesario, sin tener que morir en el intento. La visibilidad desde las posiciones disidentes de lxs mutantes, de los queers, de las mujeres, de los monstruos, tiene la capacidad de cobijar en la vulnerabilidad del azar y salvarnos la vida en momentos cruciales de nuestra existencia.
Yo soñé muchas veces con ser alguien como Justin para tener la oportunidad de ser cuidado por alguien como Brian. También imaginé encarnar un Brian, para ser deseado por muchos hombres, y tener esa seguridad, ese porte, arrogancia y elegancia que siempre caracterizaron al personaje. Fantaseaba con una relación tan apasionada como la de Lindsay y Melanie, o tan tierna como la de Michael y Ben. Añoraba una madre como Debbie y mejores amigos como Emmett y Ted. Creo que muchos de los elementos actuales de mi personalidad y de mi vida conservan esos ecos de aquellas ensoñaciones, fantasías y deseos.
Ahora bien, en el transcurso de las últimas tres décadas lo que en algún momento fueron códigos culturales disidentes ligados a lo gay, pasó a ser un elemento de marketing y comercialización de mercancías, servicios y estilos de vida. Mediante unas técnicas similares a las del purplewashing con los feminismos. Tal y como las describe y teoriza la escritora Brigitte Vasallo, también asistimos a un proceso de pinkwashing que, de acuerdo con Dean Spade o Jasbir Puar, instrumentaliza las consignas, identidades, demandas y derechos de las poblaciones disidentes y vulnerables respecto a la norma heterosexual, mediante las gramáticas del tecnocapitalismo patriarcal que los codifican en normativas para la producción de capital. De esta manera, aquello que alguna vez fue una amenaza para las lógicas heteronormativas de nuestra cultura binaria de la diferencia sexual, hoy es instrumentalizado con fines no sólo políticos o identitarios que finalmente terminan produciendo violentas segregaciones y legitimación nuevamente de los cánones hegemónicos, sino que además es útil estética y publicitariamente para el mercado y la producción de capital en nuestros días.
Sin embargo, yo me niego a ceder mi orgullo marica tan fácilmente. No el orgullo de las marcas, el consumo o la identidad normativa. Me refiero al orgullo, la energía, la gracia y la vitalidad que sentí aquella ocasión que vi por primera vez Queer as folk, que me besé con otro hombre, que marché sin playera y con un arnés en mi pecho por una de las avenidas principales de CDMX, que imaginé la posibilidad de formar una familia; me refiero a ese sentimiento de pertenencia, orgullo y alegría que me conmovió y me salvó la vida.
Asaltemos las gramáticas del pinkwashing y resignifiquemos cada vez que sea necesario el orgullo, el pride y la dicha de existir. Como dice aquella consigna “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Nuestro orgullo hace de las micropolíticas libertarias una celebración y una fiesta. Mi deseo es que aquellos preciosxs niñxs mutantes, trans y queers un día encuentren esa luz, ese brillo que yo encontré y que puedan sentirse orgullosos de quienes son. Amar, ser amado, sentir placer, abrazar, besar, follar, marchar, gritar, cantar, sentir felicidad, esperanza y alegría, beber o experimentar con drogas, cuidarnos y cuidar, deben ser motivos de orgullo. La invención de la libertad debe contener sus orgullosas y conmemorativas celebraciones. Y finalmente, como dice esa emblemática canción de Heather Small: ¿Qué has hecho hoy para que te sientas orgulloso?
Asaltemos las gramáticas del pinkwashing y resignifiquemos cuando sea necesario el orgullo, el pride y la dicha de existir. Como dice aquella consigna “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Nuestro orgullo hace de las micropolíticas libertarias una celebración y una fiesta
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Queer as folk fue durante mi adolescencia parte de mi revolución sexual singular y sigue siendo parte de mi mutación micropolítica actual. Babylon era el antro mítico que congregaba a los personajes principales de la serie. Las luces se encienden, las mesas están listas, el bar abierto y el cuarto oscuro dispuesto. Aquí puedes sentir la emoción de bailar entre hombres semidesnudos, sudar y beber cócteles con tus amigxs al ritmo de música electrónica. Es la excitación que proporciona el cuerpo de un desconocido en la oscuridad y la penumbra, el placer de ser libre y el orgullo como una forma de vivir. Entrar es una inyección de adrenalina. Bienvenidxs de regreso a Babylon.
Dedico este texto a la brillante memoria de Marsha P. Johnson.
Heather Small – Proud