Michel Foucault murió en una pandemia

He llegado a creer una y otra vez que lo que es más importante
para mí debe hablarse, hacerse verbal y compartirse,
aun con el riesgo de que el mensaje
sea tergiversado o incomprendido. 

Audre Lorde (citada por Sejo Carrascosa en El libro del buen Ɐamor)

Tenemos delante el mayor desafío: el desafío de salvar millones de vidas
extendiendo el acceso a los tratamientos de sida a todos aquellos que lo necesiten,
al tiempo que luchamos contra las fuerzas sociales y económicas que han
acelerado la propagación del VIH/sida.

Zackie Achmat

En los últimos veinte años, la sexualidad gay ha pasado de ser una subcultura
marginal a convertirse en uno de los espacios más codificados, reglamentados
y capturados por los lenguajes del capitalismo neoliberal. Quizás sea hora de
dejar de hablar de heterosexualidad y homosexualidad y empezar a pensar
más bien la tensión entre usos normativos o disidentes de las técnicas de
producción de la sexualidad que hoy parecen afectarnos ya a todos.

Paul B. Preciado 

Hace poco más de un año que la vida social, política, económica y subjetiva del planeta cambió por la pandemia del SARS-CoV-2. Recuerdo el miedo al mundo exterior. Ir a hacer la compra del supermercado, usar el transporte público o simplemente salir a la calle se volvieron actividades de riesgo considerable, por lo que limpiar los empaques de los alimentos y productos se volvieron actos de una nueva rutina cotidiana junto al gel hidroalcohólico, el uso de mascarillas, la toma de temperatura al ingresar en los establecimientos y el distanciamiento físico entre los cuerpos. Paulatinamente disminuyeron las compras de pánico, incrementó el comercio electrónico, el delivery se intensificó, mientras aumentaban los contagios y las muertes. Entre olas estadísticas, desescaladas de las medidas restrictivas, nuevos confinamientos y festejos decembrinos, llegaron las vacunas y su aplicación ha ido expandiéndose lentamente. Tal vez en breve el horror terminará. 

Sin embargo, hay otra pandemia que continúa actualmente pero que no figura en los titulares informativos ni tampoco parece ser una preocupación prioritaria a nivel global para los gobiernos o instituciones estatales. En 1979, los Servicios de vigilancia epidemiológica de los Estados Unidos registraron un aumento considerable en las prescripciones de medicamentos utilizados para tratar infecciones oportunistas. El 5 de junio de 1981 se convocó a los medios de comunicación de la ciudad de Los Angeles para una conferencia de prensa de los Centers for Disease Control and Prevention. En dicha conferencia fueron presentados cinco casos de hombres enfermos de neumonía por Pneumocystis carinii. Un mes después se registraron varios casos asociados de sarcoma de Kaposi. Varios de los pacientes aquejados de tales afecciones también padecían de otras enfermedades crónicas que pronto se agravaron. Muchos eran hombres homosexuales jóvenes con una vida sexual activa. Todos fallecieron en un periodo relativamente corto de tiempo debido a diferentes complicaciones de salud. Para finales de 1981, los registros indicaban que 121 personas habían muerto por esta enfermedad y también se documentaron los primeros casos en Reino Unido y Suecia. En 1983 se registró el primer caso en México, sin embargo, la presencia del virus no fue reconocida por el gobierno hasta 1985. En España el primer registro corresponde a 1981, es el de un hombre de 34 años que padecía sarcoma de Kaposi y que fue diagnosticado póstumamente como un caso de sida en 1983.

Varios de los pacientes aquejados de tales afecciones también padecían de otras enfermedades crónicas que se agravaron. Muchos eran hombres homosexuales jóvenes con una vida sexual activa. Todos fallecieron en un periodo relativamente corto de tiempo debido a diferentes complicaciones

Después de la segunda guerra mundial y durante el periodo de la guerra fría, se gestó una transición planetaria que devino en los actuales procesos de mutación de los cuerpos en los confines del tecnocapitalismo farmacopornográfico. Durante esa transición emergieron históricos movimientos contraculturales que buscaban un cambio en las formas de convivencia, las expresiones artísticas y estéticas, la crítica a los gobiernos y dictaduras de aquel entonces, la integración de las mujeres con legítimo reconocimiento a las esferas laborales, públicas y políticas, así como la denominada liberación sexual. 

A partir de finales de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta, las experimentaciones sexuales y con drogas se volvieron prácticas comunes en diversos enclaves del planeta. En lugares como San Francisco surgieron bares, saunas y clubs de sexo para hombres donde era posible tener encuentros sexuales contrahegemónicos. En esos años emergieron los cimientos comunitarios de las actuales subculturas leather, lesbian butch y BDSM. Eran celebraciones orgiásticas continuas con sexo casual anónimo, fiestas consagradas al placer, al deseo y a la experimentación contrasexual con el júbilo y la alegría de la liberación. Sin embargo, con un brusco golpe la pandemia del sida impactó con efectos letales sobre nuestros predecesores en las prácticas contrasexuales de una manera amarga y cruel.

La homofobia, el conservadurismo de las derechas, el pánico moral y el escarnio sexual, el racismo, la discriminación y la negligencia de las instituciones de gobierno, convirtieron lo que siempre ha sido una crisis de salud pública en un exterminio de cuerpos abyectos, anormales y enfermos. El desinterés, la información errónea y los prejuicios provocaron la muerte de millones de personas en medio de la vergüenza, el rechazo, la miseria y el miedo, al mismo tiempo que el virus seguía expandiéndose. 

La homofobia, el conservadurismo de las derechas, el pánico moral y el escarnio sexual, el racismo, la discriminación y la negligencia de las instituciones de gobierno, convirtieron lo que siempre ha sido una crisis de salud pública en un exterminio de cuerpos «anormales».

No hubo en un inicio campañas masivas de concientización, sino tabloides sensacionalistas. No hubo empatía sino burlas y sátiras. No hubo febriles discusiones sobre el marco legal para proceder con restricciones que limitaran la propagación del virus, sino medidas coercitivas, punitivas y de sanción moral. No hubo vacunas en menos de un año, sino incipientes tratamientos cuyos primeros protocolos experimentales eran tremendamente crueles y costosos. No hubo discusión sobre la sanidad pública, el acceso a medicamentos o la función económica de las farmacéuticas, sino opiniones reaccionarias que estigmatizaban, culpaban y castigaban los cuerpos abyectos. 

Javier Sáez y Sejo Carrascosa en su libro Por el culo. Políticas anales, subrayan cómo el cuerpo abyecto portador del VIH fue reducido violentamente a los significantes “el sidoso”, “la sidosa”, donde el rechazo, el estigma y la ignorancia social incrementaron cruelmente la letalidad y la trasmisión del virus así como sus consecuencias afectivas y emocionales. “La ausencia de conocimiento sobre la transmisión del VIH que se daba cuando surgió la pandemia servía para tratar al marica como el cuerpo infeccioso, el vector de transmisión, no del vicio o del pecado sino de la muerte. El rechazo a los cuerpos enfermos no se basaba solo en categorías morales o ideológicas, ahora la relación con el marica constituía un acercamiento cruel a la muerte. Miles de historias personales sirven para ilustrar el genocidio que se produjo al principio de la pandemia, viudos reducidos a la miseria por su familia política homófoba, vástagos torturados por sus progenitores con la venganza tú te lo has buscado, cuerpos abandonados en los peores lugares de las instituciones de caridad” (p. 140).

El rechazo a los cuerpos enfermos no se basaba solo en categorías morales o ideológicas, ahora la relación con el marica constituía un acercamiento cruel a la muerte.

En una línea paralela, durante el final de la década de los noventa, en el ensayo ¿El recto es una tumba? Leo Bersani hace una revisión crítica del libro Policing Desire: Pornography, AIDS and the Media, del historiador y activista Simon Watney. Bersani hace un recuento y análisis minucioso del libro de Watney lo que le permite deslizarse de la problematización que el surgimiento del sida implicó en las representaciones sociales de la homosexualidad, para poner en tensión las representaciones de la homosexualidad misma, lo que le permite subrayar que “una importante lección que debemos aprender del estudio de la representación del sida, es que los mensajes que más probablemente lleguen a su destino son mensajes que ya estaban presentes” (p. 43). Es decir, las gramáticas y lenguajes construidos en torno al sida y a los cuerpos portadores se sostienen en discursos preexistentes, lo que a su vez produjo un nuevo campo semántico sobre las enfermedades signadas como venéreas, un nuevo marco de gestión de la abyección y de las políticas sexuales, así como otras formas de producción de subjetividad. 

“Excluidos (hasta ahora) de los imperativos conyugales y reproductores que domestican el sexo para la sociedad heterosexual, los gays tienen el privilegio (que a menudo pagan muy caro) de ser los portadores de un mensaje totalmente diferente: la promiscuidad, por la que somos tan justamente condenados, es inherente al sexo. […] Exaltación mezclada con espanto porque, después del sida, se ve que este goce que no llega ni a fijar ni a decir, de todos modos puede matar. El sexo desborda en la muerte; lo que no era hasta ahora más que un topos literario se convirtió en una realidad biológica, en un espectáculo cotidiano sobre la escena pública. Y ha sido nuestro error, porque rechazamos o somos incapaces de practicar un sexo adaptativo útil, un sexo que sirva para algo. […] En nuestra sed de asimilación corremos el riesgo de olvidar lo que sabemos quizás mejor que nadie: que el sexo es –lo que yo soy– un sujeto sin verdad” (pp. 10-11). 

Bajo la consigna Silencio=Muerte una multitud de agrupaciones activistas comenzaron a hacer presión política con lo que paulatinamente lograron conseguir el acceso a tratamientos junto con mensajes y campañas que promovían el safe sex. Sus batallas fueron brutales y muchas muertes acontecieron en esos años. A esos cuerpos insurrectos les debemos los logros que tenemos hoy, porque sus iniciativas fueron rápidas, valientes y sin complejos. La conciencia política es la base de los movimientos contra el sida y sus prejuicios, lo que permitió la creación de grupos activistas que consiguieron el derecho a la asistencia sanitaria y a los tratamientos médicos. La respuesta a la emergencia sanitaria de aquel entonces no vino sino a pesar de los heterosexualismos del Estado tecnopatriarcal, vía la organización micropolítica y comunitaria de los cuerpos trans, maricas, putas y bollos. 

A esos cuerpos insurrectos les debemos los logros que tenemos hoy, porque sus iniciativas fueron valientes y sin complejos. La conciencia política es la base de los movimientos contra el sida y sus prejuicios, permitió la creación de grupos activistas que consiguieron el derecho a la asistencia sanitaria y a los tratamientos médicos

En el artículo “Nadie hablará del sida cuando estemos muertas”, incluido en El libro del buen Ɐamor. Sexualidades raras y políticas extrañas editado por Fefa Vila y Javier Sáez, Sejo Carrascosa reflexiona a partir de algunas preguntas vinculadas a los silencios, los progresos, las particularidades políticas, las redes afectivas y de cuidados, así como sobre la prevención de transmisión del VIH y los lenguajes biopolíticos y capitalistas en torno a la pandemia del sida.   

“La historia del sida estará llena de silencios, los silencios de todas las personas que murieron entre el miedo y el estigma. El silencio de las vidas truncadas de aquellos cuerpos que no comprendían cómo el placer tenía un precio tan caro. ¿Desde dónde articular las palabras? ¿Serán estas el eco de aquellos silencios que significaban la muerte? Hablar del sida es encarnar la vergüenza de sentirse superviviente. Su historia es la de un virus en continua mutación. El VIH sida hace mutaciones continuas en los cuerpos en los que se encarna. El virus muta desde la enfermedad a la muerte, del estigma al control. El lenguaje es un virus, sentencia William Burroughs, pero el virus también es un lenguaje. El lenguaje del VIH está en continua transformación y gracias a ella empezamos a conocer y usar palabras mientras el virus crecía en nuestros cuerpos. Aprendimos a encontrarlo, aprendimos que había pruebas como Elisa o PCR, aprendimos cómo medir sus efectos en la cuenta atrás de los CD4, aprendimos a nombrar sus tránsitos, sus caminos, infección, contagio, transmisión, también aprendimos las patologías que generaba, herpes zóster, pneumonia carinii, sarcoma de Kaposi, toxoplasmosis, aprendimos, con desesperanza, los nombres para combatirlo, inhibidores, Abacavir, Nevirapina, Kaletra, terapia antirretroviral de gran actividad TARGA…, aprendimos a saber de su estado, número de copias, indetectable, y a nombrar las formas de su prevención, condón, profilaxispostexposición, profilaxispreexposición… Nuevas palabras, tropos y nuevas nociones que se han ido acumulando necesariamente en el diccionario para matizar términos como enfermedad, estigma, sexo desviado, muerte… Un diccionario que quizá se finalice pronto con la erradicación del virus. Palabras y términos que quedarán en desuso como tantas otras que pasaron a la historia, como también lo hará el sida” (p. 59). 

Michel Foucault murió en una pandemia junto a otros como Hervé Guibert, Guillaume Dustan, Steve McEachern, Cynthia Slater y muchas otras vidas maravillosas que se extinguieron demasiado pronto. Me parece muy importante decir, en este momento de transición pandémica, que esa otra pandemia sigue con nosotrxs cuarenta años después, luego de millones de muertes. No puedo evitar preguntarme por las similitudes y diferencias entre las pandemias del SARS-CoV-2 y del VIH-sida. Ambos virus se han ensañado con las poblaciones más vulnerables, reflejando y acentuando las brechas de injusticias sociales y las desigualdades económicas. Es evidente que las vías de transmisión son bien distintas y creo que justamente ahí radica un punto clave sobre la diferencia en el trato biopolítico que se les dio a ambas emergencias sanitarias. 

Mientras que la pandemia del SARS-CoV-2 se transmite principalmente mediante el aire vía las exhalaciones e inhalaciones, el VIH se transmite mediante los fluidos del semen, la sangre y la leche materna, siendo el sexo un factor de riesgo. Por un lado tenemos la pandemia de un virus en el aire que respiramos, por otro la pandemia de un virus en nuestra sexualidad. Por un lado tenemos mascarillas, distanciamiento social, ventilación de los espacios y vacunas creadas en tiempo récord. Del otro costado tenemos condones, safe sex, tratamientos antirretrovirales, PrEP. A lo anterior hay que añadir el siempre sospechoso papel de las farmacéuticas internacionales que son empresas capitalistas buscando los mayores beneficios económicos. 

Mientras que la pandemia del SARS-CoV-2 se transmite principalmente mediante el aire vía las exhalaciones e inhalaciones, el VIH se transmite mediante los fluidos del semen, la sangre y la leche materna, siendo el sexo un factor de riesgo.

El riesgo tan divergente de contagio de ambos virus me permite subrayar eso que Gayle Rubin describió tan bien desde 1984 en Reflexionando sobre el sexo, que la sexualidad es siempre política, pero también la salud de las poblaciones es siempre un asunto político. ¿No será que la pandemia del sida fue tan descuidada porque precisamente se contextualizaba en el campo de la sexualidad, concretamente en el espacio de las sexualidades consideradas abyectas para el régimen heteropatriarcal? ¿No será que la pandemia del SARS-CoV-2 ha sido combatida tan rápidamente porque pone en riesgo las estructuras, mecanismos y dinámicas del tecnocapitalismo? Una cosa fue el cierre de los clubs de sexo, saunas y bares en los ochenta para combatir la expansión del sida y al parecer otra muy distinta el confinamiento global y el cierre temporal a gran escala del comercio internacional. Estoy diciendo obviedades, pero son obviedades que no deberían ser descuidadas del debate y análisis crítico.

Las industrias farmacéuticas han creado en el último año una amplia gama de opciones de vacunas para el SARS-CoV-2 y en el transcurso de los últimos veinte años también han mejorado los tratamientos antirretrovirales para el VIH al punto de reducir la carga viral hasta indetectable que es igual a decir intransmisible, al mismo tiempo que la PrEP se posiciona como otra opción de profilaxis junto al condón. Dichos avances y progresos científico-técnicos se insertan en una ecología de los cuerpos vivos en la que la combinación, creación y experimentación con cocteles de moléculas han permitido combatir ambas pandemias. 

Deleuze, Sartre y Foucault

Siguiendo las tesis de Paul B. Preciado, en la era farmacopornográfica las enfermedades, la sexualidad y los cuerpos comparten los mismos soportes farmacéuticos, mediáticos, cibernéticos y semióticos. Las tecnologías microprostéticas nos prometen salvaguardar la vida. El horizonte de una prometedora vacuna para el VIH, el uso de píldoras como Truvada tanto para tratamientos como para PrEP y del condón, así como las vacunas para el SARS-CoV-2, nos permiten construir debates sobre cómo los dispositivos bioquímicos al aplicarse individualmente al cuerpo de los sujetos tienen efectos en las sociedades, las poblaciones, en las relaciones, en la sexualidad y en los afectos. Ambas pandemias también nos pueden permitir la discusión sobre las responsabilidades colectivas y particulares, las prácticas políticas y subjetivas, las mutaciones eufóricas y el optimismo de otro capítulo del imparable devenir queer.  

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