Amores furtivos, muchachos preciosos que se han vuelto pequeños cuentos en el relato de
mi existencia.
Luego de los meses del renacimiento de las flores y justo antes de que las hojas de los árboles se marchiten para dar paso al gélido y arrullador frío del invierno, la atmósfera cotidiana se enmarca con precipitadas mezclas de calor abrasador y lluvias tormentosas. No sé muy bien por qué, pero en cada transición de la mitad del año es cuando los he conocido.
Amores furtivos, muchachos preciosos que se han vuelto pequeños cuentos en el relato de
mi existencia.
El primero fue cuando yo era un adolescente de tercero de secundaria. Recuerdo que me escapaba de la escuela porque mis compañeros me molestaban, acosaban y amenazaban con golpearme al punto de que me daba miedo entrar a clases. Mis maestros y maestras tampoco ayudaban mucho, o no les interesaba, o decían que era mi culpa por ser maricón. Mi maestra de literatura me defendió en varias ocasiones, me dio confianza, me regaló el disco Soil Festivities de Vangelis y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
Lo conocí cuando él tenía 21 años, estudiaba en la universidad y su departamento quedaba exactamente a veinte minutos de mi colegio. Su cuerpo me fascinaba, fue el primer hombre que se desnudó frente a mí y que me besó mientras yo temblaba y sentía que un rayo de excitación atravesaba mi cuerpo. Aún recuerdo lo reconfortado y protegido que me sentía cuando me dormía entre sus brazos. En una ocasión, me llevó hasta la salida de la escuela y me cuidó a lo lejos hasta que mis padres pasaron por mí. Creo que yo le gustaba porque siempre que nos veíamos estaba vestido con el uniforme del colegio y eso le excitaba sexualmente de una manera que entendí después. También me acuerdo de la primera ocasión que me derramé en su mano, mientras me besaba y me decía lo mucho que le gustaba tenerme cerca.
Pasaba con él las tardes, veíamos películas, escuchábamos música, dormíamos y me contaba de los libros que leía y de los proyectos que tenía para el futuro. Cuando yo estaba en la escuela, me mandaba mensajes de texto y me decía que me extrañaba y que le alegraba saber que nos veríamos pronto. Ese último año de secundaria pudo haber sido el peor de mi vida, pude haberme suicidado y no lo hice porque lo encontré a él. Me habló del desfile del orgullo gay y me platicaba de que el mundo era un lugar apasionante, lleno de placer y de experiencias magníficas. Me decía que tenía que estar orgulloso de mí mismo, que era un muchacho guapísimo e inteligente y que mi vida sería maravillosa.
Pasaba con él las tardes, veíamos películas, escuchábamos música, dormíamos y me contaba de los libros que leía y de los proyectos que tenía para el futuro. Cuando yo estaba en la escuela, me mandaba mensajes de texto y me decía que me extrañaba y que le alegraba saber que nos veríamos pronto. Ese último año de secundaria pudo haber sido el peor de mi vida, pude haberme suicidado y no lo hice porque lo encontré a él. Me habló del desfile del orgullo gay y me platicaba de que el mundo era un lugar apasionante, lleno de placer y de experiencias magníficas. Me decía que tenía que estar orgulloso de mí mismo, que era un muchacho guapísimo e inteligente y que mi vida sería maravillosa.
Aunque iba casi todos los días a su departamento, nunca lo pude acompañar a bailar, simplemente no tenía la edad para entrar a los antros que frecuentaba. Su compañero de piso estaba enamorado de él y me odiaba. Nunca me abría la puerta y se enojaba mucho cuando yo iba. En una ocasión le hizo una escena de celos que terminó en una discusión horrible. Poco a poco me fui dando cuenta, con mucho dolor y tristeza, que lo nuestro no iba a funcionar. Sencillamente nuestras vidas no iban a ser compatibles nunca, incluso por más que lo intentáramos. La última vez que lo vi fue un día nublado, desperté, me llevó hasta la esquina de mi calle y me dijo bruscamente que no quería volver a verme. Lloré muchísimo esa noche y la noche derramó lagrimas por mí. Mi corazón quedó destrozado. Pensé que jamás iba a enamorarme de nuevo. Todavía conservo una pulsera que me regaló el mismo día de nuestro primer beso.
Una semana después fue mi graduación. La ceremonia fue tan solemne como aburrida, pero yo me sentía tranquilo y feliz de jamás tener que volver a ver a todas esas personas nefastas que me torturaron tanto mientras era un jovencito indefenso. Hoy sin duda los golpearía.
A los dos meses fue mi primer día de clases en preparatoria. La atmósfera de esa mañana era de un frío espectral que me encantaba. Me sentía tan emocionado por la nueva escuela que no dormí absolutamente nada la noche anterior. Mi padre me llevó en su auto mientras todavía estaba oscuro, en ese momento crepuscular que da paso al amanecer con el rocío de la mañana. Caminé unos pasos buscando mi salón de clases, cuando de pronto lo vi caminando. Era un muchacho de mi edad, alto, de tez clara, ojos verdes, cabello rubio, personalidad encantadora y con unos rasgos lindísimos. Quedé embelesado por su belleza. Era como un ángel que me recordaba que mi vida apenas estaba comenzando.
Sus imágenes todavía resuenan en mi memoria, sus voces son una efigie de mi pasión, el recuerdo de sus cuerpos son las figuras que nunca me permitirán olvidar el delicioso tormento del primer encuentro. Son los retoños del renacer de las flores, la lluvia de las negras nubes que refrescan la tierra, la excitación de la carne cuando se sumerge en los ríos del deseo. Es la salina arena del mar por la que caminan los cangrejos. Es el sudor de los cuerpos, el derrame de los fluidos y la humedad del verano.
Sus imágenes todavía resuenan en mi memoria, sus voces son una efigie de mi pasión, el recuerdo de sus cuerpos son las figuras que nunca me permitirán olvidar el delicioso tormento del primer encuentro. Son los retoños del renacer de las flores, la lluvia de las negras nubes que refrescan la tierra, la excitación de la carne cuando se sumerge en los ríos del deseo. Es la salina arena del mar por la que caminan los cangrejos. Es el sudor de los cuerpos, el derrame de los fluidos y la humedad del verano.