Los ojos chispeantes del que lleva la vida dentro
La primavera nos acompaña desde hace unos días, qué extraña ha sido su llegada este año. Qué sensación de extrañamiento se ha apoderado de todos nuestros cuerpos, da igual que nuestro rostro esté escondido detrás de una máscara y nuestras manos cubiertas por unos guantes de látex: estamos más desnudos, somos más esqueleto que nunca. Me agarro con una fuerza especial a los libros que llegaron a casa antes de la Otra vida, esos libros que fueron los últimos en publicarse antes del confinamiento. Tengo entre mis manos la mágica novela de Elsa Veiga Me desperté con dos inviernos a los lados (Tres hermanas ediciones, 2020) y he de admitir que me he quedado atrapado en los múltiples rincones que componen esta historia entre historias, en ese hilo invisible que une la vida de varias generaciones de mujeres y que nos conduce a muchas preguntas sobre la memoria de los cuerpos, la transmisión del trauma, el duelo que no se completó porque no se tuvieron las palabras adecuadas o las lágrimas fueron sofocadas antes de salir y no pudieron ejercer su poder terapéutico.
Me desperté con dos inviernos a los lados es una novela que habla de la asfixia o de las múltiples asfixias que genera la violencia que los monstruos que ha creado el patriarcado ejercen sobre la vida de los demás, en especial sobre la vida de las mujeres que habitan en este relato, de ese horror que se instala durante años y años tras las paredes de una casa normal, de un barrio corriente y del que es prácticamente imposible escapar porque se convierte en un laberinto. Cuánto infierno han visto esas paredes. Algunos personajes tienen la opción de la huida. Otras, en cambio, no pueden hacerlo porque la escapatoria significa el fin de toda vida. Entre tanto secreto, miradas perdidas, sombras que ahogan y huidas inevitables; una de las cosas que más me ha sosegado mientras leía, es la forma en la que Elsa narra la sororidad de las mujeres, esa alianza, ese compromiso que nace en tiempos revueltos, y que es pura vida, puro afecto, esperanza absoluta en medio del bosque.

Hemos descubierto estos días lo que significa el tiempo suspendido, esa tierra que muchos no pudieron explorar y que ahora se nos ha impuesto; el mundo de la espera y de la esperanza. Y en esta espera tengo acentuados determinados sentidos, sobre todo el del tacto, me deleito mucho en la suavidad del libro de Elsa, también me encanta olfatear entre las páginas y detenerme un tiempo que me parece muy prolongado en ese inconfundible olor que tienen los libros nuevos. Vivo apasionado con la imagen de la cubierta del libro realizada por Alison Scarpulla y ese aire fresco que necesitamos ahora más que nunca. La primavera ha llegado, o quizá no del todo. Lo que es seguro es que todos los que hemos leído y leeremos la novela en la Nueva Vida confiamos en la esperanza que Cara deposita en la primavera y en el cuidado que traerá y en ese aliento a estar viva, a estar vivos.
Gracias, Elsa Veiga por cada una de tus palabras.
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