Te amo, idiota

La amistad no es un simple sentimiento, es una tecnología trenzada con los hilos afectivos de los cuerpos y una poderosa plataforma de cultivo de alegres comunidades electivas y alianzas estratégicas para el furor de las revoluciones moleculares y las insurrecciones micropolíticas del deseo. Una de las mayores trampas del régimen heterosexual fue hacernos creer que el amor es directamente excluyente de los lazos de amistad, y a la vez, que dentro de una relación de monogamia amorosa era poco probable que se cultivara una amistad. Cotidianamente al amor y a la amistad se les trata como entidades afectivas separadas, y en muchos casos, excluyentes, siendo el factor de la sexualidad el principal punto de segregación y parcelación. 

La amistad no es un simple sentimiento, es una tecnología trenzada con los hilos afectivos de los cuerpos y una poderosa plataforma de cultivo de alegres comunidades electivas y alianzas estratégicas para el furor de las revoluciones moleculares y las insurrecciones micropolíticas del deseo. Una de las mayores trampas del régimen heterosexual fue hacernos creer que el amor es directamente excluyente de los lazos de amistad, y a la vez, que dentro de una relación de monogamia amorosa era poco probable que se cultivara una amistad. Cotidianamente al amor y a la amistad se les trata como entidades afectivas separadas, y en muchos casos, excluyentes, siendo el factor de la sexualidad el principal punto de segregación y parcelación.

Sin embargo, si rastreamos minuciosamente las prácticas, lugares y vínculos de experimentación contrasexual que tuvieron lugar en diferentes partes del mundo durante el periodo que va del final de la Segunda Guerra Mundial a las décadas posteriores del surgimiento de la pandemia del VIH y el Sida (como punto de demarcación histórica preliminar), localizaremos que célebres comunidades heréticas de grupos de amigos y amigas ya habían creado sus propias heterotopías eróticas (grupos de leathers, de lesbianas, de practicantes de BDSM, de gays, etc) y sus epicentros para la experimentación con los afectos en cartografías sexuales urbanas situadas. Su legado es crucial porque ha sentado las bases para las actuales interrogantes que imperan sobre el futuro de las formas de vinculación, filiación, reproducción y afectividad social en el planeta, esto es, el futuro de los lazos de amor y amistad como experiencias culturales, singulares, colectivas y micropolíticas.   

Michel Foucault, en una entrevista de abril de 1981, se interrogaba sobre si la amistad pudiera cultivar el devenir de otros modos de vida. Para Foucault la homosexualidad no se trataba de la identidad resultante de encontrar el secreto inconsciente sobre la sexualidad de un individuo, sino del uso de los placeres para, en lo sucesivo, inventar una multiplicidad de relaciones posibles. La clave no es qué somos, sino en qué podemos devenir y lo que podemos crear con la potencia del deseo, la fuerza de los placeres y el poder de los afectos. 

Nosotrxs, lxs parias del régimen heterosexual y lxs disidentes del imperio de la diferencia sexual, carecemos de códigos culturales prescritos que nos permitan orientarnos en el furtivo mundo de la experimentación afectiva y erótica. Esta es posiblemente una de nuestras mayores cualidades, que debemos inventarlos y reinventarnos en cada encuentro, en cada caricia, en cada instante, en cada lugar, y entonces, podemos crear nuevas maneras para complacernos y cuidarnos entre nosotrxs. Nuestras relaciones son de formas variantes, lazos múltiples, intensidades móviles, tonalidades diversas, por lo que introducen la política donde sólo había amor, la amistad donde sólo había sexo, el sexo donde sólo había compañía y la promiscuidad donde sólo había monotonía. 

Escapar a las fórmulas del heterosexualismo esencialista de la fusión amorosa de las identidades implica interrogarse sobre ¿cómo ser más receptivos para la experimentación con el uso de los placeres y los afectos? ¿cómo es posible para dos o varias personas estar juntas, vivir juntas, compartir su tiempo, sus comidas, sus espacios, sus esparcimientos, sus penas, sus saberes, sus confidencias? ¿cómo dos, o varias vidas y existencias de sujetos, pueden amarse, quererse, cuidarse, acompañarse y compartirse sin los marcos normativos que impone el régimen heterosexual, pero a la vez manteniendo lazos, vínculos y compromisos éticos y de responsabilidad afectiva? En otras palabras, ¿cómo trazar nuevas formas de vinculación entre cuerpos y sujetos, con lazos sociales, afectivos, de cariño, amor, compañía y cuidado, sin caer nuevamente en estructuras normativas y violentas? 

Al respecto, la ficción narrativa de la serie EastSiders (disponible completa en Netflix) permite vislumbrar, examinar y pensar lo dicho hasta aquí. La serie va sobre Cal y Thom, una pareja de hombres jóvenes, cuyo punto de arranque es una infidelidad que desencadena una avalancha de nuevas experiencias sexuales, afectivas y de uso de sustancias químicas que irán paulatinamente haciendo que su relación adquiera una forma inédita de intimidad, complicidad y amor tan volátil y experimental, como excitante y apasionante.

Imagen de la serie Eastsiders disponible en Netflix

En la primera temporada ellos viven en el apacible Silver Lake, en Los Ángeles. Transcurre diciembre de 2012, y luego de una fiesta del fin del mundo (¿lo recuerdan?) Cal se entera de que, su novio de cuatro años, Thom lo ha estado engañando con otro apuesto chico llamado Jeremy. Aunque Cal se encuentra profundamente molesto y herido, decide no terminar la relación con el dubitativo Thom, por lo que toda la serie gira en torno a la pregunta sobre si su amor resistirá o terminarán separados para siempre. Paralelamente, también nos cuenta la historia de Kathy y su novio Ian, que lejos de cualquier estereotipo burdo sobre heterosexuales, nos muestra que del otro lado del muro ellos también viven con dudas e inquietudes. El torbellino afectivo, sexual y amoroso que se crea entre Cal, Thom y Jeremy, así como entre Kathy e Ian, son en buena medida un reflejo de los desastres a veces tristes, otras divertidos, pero seguramente siempre tragicómicos que hacemos de nuestras vidas cotidianas. 

La segunda temporada veremos proliferar las relaciones, por lo que bien podría ser el inicio de la respuesta afirmativa a la clásica pregunta de Cher en Believe: ¿Crees en la vida después del amor?  Luego de finalmente separarse y mudarse cada uno por su lado, Cal y Thom siguen frecuentándose, ahora para encuentros furtivos con otros hombres, en tríos, cuartetos y demás aventuras lúdicas que no serán sin consecuencias venéreas. Ya no se encuentran en esa falsa seguridad de la monogamia que ahora es un recuerdo de antaño y se embarcan en un viaje sin brújula por los turbulentos mares de la experimentación sexual y afectiva. ¿Estar enamorado es motivo suficiente para permanecer juntos? ¿Cómo cuidar del otro sin descuidar las propias necesidades afectivas, sexuales y amorosas? ¿cómo reinventar el amor después del amor? 

La temporada tres – la mas ambiciosa en cuanto a producción de la serie – es el mejor road trip de la historia. Luego de un fracaso profesional y personal en la vida de nuestra suigéneris pareja, los acompañamos por su viaje de Nueva York a Los Ángeles. Ese viaje se torna no sólo en una paciente indagatoria y reflexiva metáfora sobre los temores y esperanzas de la vida cuando uno se encuentra a la deriva, sino también de la necesidad de la compañía, el cariño y el cuidado. Así mismo, la narrativa durante esta temporada es al mismo tiempo una cruda y sombría reflexión sobre el extraño viaje que es la vida en sí misma y una disertación crítica sobre lo espinoso que es el amor como una de las pasiones más profundas, excitantes y transformadoras que podemos experimentar. La serie, en este punto, nos lleva a preguntarnos quiénes queremos ser, quiénes hemos sido y a quiénes queremos de compañía en ese viaje de camino a casa. 

La cuarta es la última temporada y cierra perfectamente la narrativa de los personajes. Cal y Thom siguen juntos, pero ya no son aquella pareja atormentada de los primeros capítulos, ahora se quieren, se cuidan, se procuran, se molestan, se follan, son amigos y se aman. Hay una boda drag, un embarazo inesperado y un giro nada deleznable en el personaje de Ian. Con su última temporada, la serie nos muestra que los momentos más tristes, angustiosos y sombríos de nuestra vida siempre pueden superarse si contamos con una red de amistad y afectividad que nos cuide, que nos proteja y que nos importe. Otra de las claves de la serie en su conjunto es que va mostrando una dinámica y pluralidad versátil en cada uno de los vínculos y las relaciones que va presentando en sus narrativas, con lo que desafía la idea preconcebida y normativa de amistad y amor, difuminando sus márgenes.    

EastSiders es una alabanza a la contingencia, una apología al azar y una conmemoración del amor y de la amistad marica. Si tuviera que dar un ejemplo para mostrar esas pequeñas intuiciones que tuvo Foucault, cuando en los setenta y ochenta visitó el área leather de South of Market en San Francisco, sobre cómo la combinación y experimentación entre placer, amistad, sexo, compañía, cuidados y afectos para crear nuevas formas de relación, modos de vida, otras culturas y plurales éticas subversivas, sin duda, diría que EastSiders es un pequeño destello en el firmamento de las constelaciones micropolíticas de las multitudes queer

Estamos ante una oportunidad histórica para redefinir los vínculos. La amistad es un laboratorio amoroso, afectivo y político que se encuentra en ciernes de exploración. Que el vértigo de la experimentación sexual sea el motor deseante, que las prácticas de cuidado y responsabilidad afectiva sean las bases éticas de nuevos modos de convivencia, que las nuevas formas de filiación todavía improbables sean la materia prima de otras historias y más narrativas vitales, que como autocobayas políticosexuales experimentemos para transformar las gramáticas de lo posible para hacer realidad lo inimaginable. Tanto a nivel colectivo, como en lo singular, lo que se juega es tu cuerpo, tu placer y tu vida ¿No vale la pena acaso el riesgo? 

No voy a mentir, será doloroso, es complicado, es un proceso, es un viaje incierto… pero la experiencia bien lo vale. El amor no existe, apenas estamxs por inventarlo, y la amistad es una opción para crearlo. El apocalipsis ha llegado y nosotrxs somos los escritores no del final, sino del inicio de las transformaciones de la vida sobre el planeta y de la reinvención del placer, los afectos y los vínculos. Somos el código abierto, el cariño y la fuerza del brillo en el crepúsculo de la noche. Somos el amanecer después del pandemónium, el resurgimiento arrogante de los anormales siempre erráticos, siempre presentes y cada día más rabiosos y organizados. Follamos más sucio, más frecuente y mejor. Nos excitamos, nos corremos y jugamos con los fluidos de nuestros cuerpos de formas siempre más versátiles y vanguardistas. Amamos, cuidamos y protegemos para liberarnos de las opresiones de la hegemonía, creando burbujas heterotópicas para derramar las espumas del placer y las pasiones de otros mundos posibles. En los confines del fin del mundo somos la radicalidad de los márgenes, la pasión de la vida y la respiración del cosmos.  

Hoy les grito a la cara a todos aquellos que en el cole alguna vez me golpearon, me insultaron, me despreciaron y me humillaron, que sigo aquí. Que he escrito dos investigaciones académicas sobre maricas, sobre backrooms, sobre leathermens. Que mis ídolos son una brillante antropóloga norteamericana bollera y butch, una bellísima escritora francesa butch, un sexy actor de porno gay, un guapísimo filósofo trans y un filósofo homosexual calvo e inteligentísimo que murió de sida. Soy un maricón que se maquilla, un andrógino que desconcierta, un cuerpo que incomoda. En mi cuerpo marica reside la multiplicidad del universo y el poder singular del deseo. Tengo amigxs cuyo cariño es sincero, me encanta follar, amar, que me amen, cuidar, ser cuidado y que me abracen. Soy un maricón guapísimo al que le encanta escuchar la música de Alaska. Yo habito una constelación outsider, viajo en un cohete a Urano y surfeo en los vientos de un torbellino multicolor. Mi camino es iluminado por un arcoíris de neón y mi pista de baile es el fuego del infierno. Mi vida se transforma al mismo tiempo que una mutación subjetiva, política y planetaria acontece, y eso es un orgullo. Yo también te amo, idiota. 


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