“No voy a volver a salir, no puedo salir nunca más, me quedaré en mi barrio, en mi casa, en mi cuarto, en la penumbra gris, bajo la manta. No voy a volver a salir, no pienso salir nunca más, estaré aquí, en silencio, intuiré el rumor del mundoa través de la persiana, oiré voces y pisadas en el pasillo, tras la puerta. No voy a volver a salir, no pienso salir nunca más,permaneceré dentro, palpando las sombras, estudiando la geografía de este cuarto como un cartógrafo del miedo”.
Otros Demonios, Sergio C. Fanjul.
Pienso, tras leer el poema que encabeza este párrafo, en la magnitud de la contradicción, en todas las multitudes a lo Walt Whitman que están contenidas en las ideas y palabras de Sergio C. Fanjul. También me pregunto en cómo habrá sido el viaje de convertirse en cartógrafo del miedo a cartógrafo del infinito. O si ese antagonismo que he presupuesto, en realidad lo es, o pueden convivir los dos polos en armonía: el infinito y el miedo. No sé. Ya se lo preguntaré.
Estoy leyendo el último libro de Sergio La ciudad infinita (Reservoir Books, 2019). Escribo, lo estoy leyendo con placer, regalándome el presente continuo, porque vivo habitando en este libro con una insistencia particular. Algo no lógico me interpela, aunque no sé si lo lógico tiene cabida aquí. Hay una conexión generacional, una importancia vital en el octubre del año 2001 que compartimos, una reverencia por el paseo.
Llevo años intentando dar significado al extrañamiento que siento ante la idea de que el acto de caminar, de pasear sin rumbo se haya convertido en un gesto radical, revolucionario, de ruptura con lo establecido. Las mismas dudas y preguntas que ya se hicieran los artistas de las vanguardias como los surrealistas o los situacionistas como se explica en el libro. Tengo la certeza, sé que todo guarda conexión directa con la circulación de ideas; cuando caminas nace una idea, después otra, que puede, o no, tener relación con la primera. En esas ideas que vienen cuando se pasea, se palpa la potencialidad de los ríos pequeños que van ampliando su caudal hasta convertirse en ríos grandes que desembocarán inevitablemente en mares u océanos.
En La ciudad infinita, Fanjul inicia una aventura a la que nombra como Expedición Asfáltica y se proclama Paseador Oficial de la Villa de Madrid.
En esas expediciones asfálticas, está muy bien acompañado por los rostros de los otros paseadores, por las ideas de la socióloga Saskia Sassen y el centro y el borde del sistema. También le acompaña todo el legado teórico de la pionera en el estudio de las grandes ciudades y en cómo hacer de ellas lugares habitables para los ciudadanos, Jane Jacobs.
Hay un todo de amor hacia Madrid, una ciudad que se expande más allá del centro, donde hay una inmensa periferia que respira y que necesita ser contada, porque tendemos a dejar muy acotadas las fronteras de la ciudad. Lo indica desde el principio: Madrid es radial, como las ruedas y como el sol. De cáscaras vacías, de lugares donde está permitido llorar y de otros en los que no. De la historia curiosa de algunos edificios y de los materiales con los que fueron construidos. De caminatas de tres horas. De dejar bien escrito que la gentrificación es el mal de nuestras ciudades por todo lo que hay de simulacro, de artificialidad y de expulsión en ese proceso. Las vidas pasan, las ciudades quedan, y en ese quedarse, nos cuenta las utopías urbanísticas de Arturo Soria, el desarrollo del Plan Castro o qué significan las letras del acrónimo AZCA. También cuenta que las ciudades encapsuladas donde no cabe lugar a la improvisación son infinitamente tristes. Porque los barrios deben ser para quien los habiten. Si fuésemos algo sensatos, tampoco deberíamos olvidar que las ciudades se construyeron desde la comunidad, y ese espíritu comunitario debe alimentarse porque cada vez está más raquítico, devorado por un individualismo salvaje que se ha cocido a fuego lento. Madrid es una ciudad infinita, es nuestra, es común y nos podemos dar el lujo de pasear por ella.
Me encanta pasear y escuchar el sonido de la ciudad, pero también me gusta caminar y escuchar música mientras lo hago. La banda sonora que acompaña a este artículo es la canción de Kate Tempest People’s Faces, si podéis escuchadla.
Paseadoras, caminantes, deambuladoras, os recomiendo encarecidamente que cuando necesitéis descansar del paseo hagáis una parada, os acomodéis en un banco y leáis La ciudad infinita, sentiréis mucho.
Os confieso que desde que estoy leyéndolo aspiro al oficio de nombrador.
Podéis haceros con este libro en vuestra librería favorita o aquí.