Escrito hace tres décadas, el monólogo La noche en que Larry Kramer me besó se publica por primera vez en España de la mano de Editorial Dos Bigotes, traducido por Pedro Víllora y José Villarrubia. Obra del dramaturgo, director y actor David Drake, este multipremiado texto, interpretado por el propio autor y adaptado a formato audiovisual en el año 2000 por Tim Kirkman, es un relato entre la autobiografía y el activismo que gira en torno a dos ejes diferenciados, pero intrínsecamente enlazados: el autodescubrimiento como hombre homosexual y la pandemia del sida en su época de auge en el contexto norteamericano.
Afirma Villarrubia en el prólogo que, «aunque ahora parezca mentira, en aquel tiempo en Estados Unidos la reacción de algunos líderes religiosos importantes fue proclamar a los cuatro vientos que el sida era un castigo divino para librar a lo sociedad de maricones y yonquis». Pero, tal vez por mi propio contexto (maricón de un barrio obrero de la periferia en el que durante los años ochenta y noventa las drogas camparon a sus anchas y en el que la gran parte de las familias de aquella época vieron cómo alguno de sus miembros, amigos o conocidos sucumbían a ellas, con consecuencias que, en ocasiones, llegarían décadas después), es discurso político pseudorreligioso no resulta tan ajeno incluso hoy en día.
Incluso en la actualidad, cuando se publica alguna noticia que alarma sobre el aumento de las ITS, las redes sociales se llenan de comentarios que achacan al uso de la PrEP (profilaxis preexposición) y a la supuesta irresponsabilidad de los varones homosexuales una subida en el contagio de infecciones de transmisión sexual, aunque este repunte se esté dando en personas heterosexuales.

La marginalidad de lo no heteronormativo en el contexto sociocultural y político de los noventa (arrastrada todavía en la actualidad), constituye el marco en el que Drake construye su monólogo (a veces susurro, a veces grito), que comienza la noche de los Disturbios de Stonewall, gira sobre la noche en la que recibe el beso de Larry Kramer y acaba la noche de fin de año de 1999. Y esa elección de noches es importante (qué bellas las palabras de Víllora en el epílogo: «Besémonos de noche. Amémonos de día») por lo simbólico y por lo político. Stonewall como catalizador de la lucha por los derechos de la comunidad LGTBIQ+, la representación de Un corazón normal (The Normal Heart, Larry Kramer, 1985) como un golpe sobre la mesa con el que poner el foco sobre el VIH y la necesidad de un activismo que hiciese frente a esa concepción del virus como castigo divino hacia una parte de la sociedad considerada como escoria, así como de centrarse en encontrar la cura.
Por contextualizar, como ya contamos cuando hace un par de años me estrenaba como redactor en Killed by Trend al escribir sobre la miniserie de Russell T Davies It’s a Sin (Channel 4, 2021), si a principios de 2022 la pandemia de COVID-19 se había llevado cinco millones y medio de vidas, era necesario multiplicar esa cifra por siete para alcanzar la cifra de muertos a causa de enfermedades derivadas del sida. Escribía entonces que esta concepción de castigo divino venía explicitada, «más allá de [en] ficciones narrativas, en comportamientos sociales y decisiones políticas que, respondiendo a cuestiones económicas, condicionan la respuesta a la pandemia. No es lo mismo que afecte a individuos aislados, pertenecientes a colectivos periféricos, a que paralice la actividad económica a nivel internacional; ni que colapse hospitales debido, en gran parte, a una mala gestión de los mismos, a que pueda esconderse en habitaciones cerradas y mantenerse de forma endémica mediante costosos tratamientos».
Esta concepción de marginalidad, de individuo de segunda categoría, sobrevuela el monólogo de Drake, que profundiza tanto en la relación del individuo no normativo en el seno de su familia como en la salida del armario y todo lo que ello conlleva (no como acto en sí, sino como una actitud, un viaje que continuar realizando de por vida). La escena en el gimnasio (el culto al cuerpo, el gimnasio como lugar de encuentro, pero también como fuerte, como fábrica de generar guerreros, de dotar de armas con las que defenderse de las agresiones sufridas a manos de los heterosexuales) dota al texto de una fuerza especial antes de pasar al club nocturno como mercado sexual para, posteriormente llegar a Mil puntos de luz, vigilia por los desaparecidos, sobre la que únicamente diré que se constituye como la mejor escena de todo el texto.
Monólogo fundamental de la escena anglosajona queer, esta historia escrita a una sola voz, o con múltiples voces surgiendo de una misma garganta, llega por fin a las librerías españolas.
Puedes hacerte con este libro en tu librería favorita o en la web de Editorial Dos Bigotes.