Dice Gabriela Wiener en el prólogo de Criaturas fenomenales que a la mujer cronista la ha perseguido siempre el estigma de ser descubierta por la autoridad, por el profesional (en estricto sentido masculino, añado yo), para empezar a ser. En el primer encuentro internacional de cronistas, en Bogotá, apenas se destacaba el trabajo de cronistas mujeres; tuvieron que esperar hasta el segundo para que una mujer empezara a despuntar. En la foto oficial, recuerda, apenas había tres de nosotras entre una veintena de ellas. Ellos vestían de traje. Nosotras cruzábamos las piernas. De esto hace justo quince años; prácticamente ayer.
En los años siguientes las escritoras no haríamos otra cosa que rescatar y rescatarnos, continúa Wiener, y escribir contra el poder. Queda sobradamente justificado, por tanto, que La Caja Books haya lanzado esta antología de veintiuna crónicas firmadas por mujeres latinoamericanas —y una española, June Fernández— y cuya coordinación ha corrido a cargo de María Angulo Egea y Marcela Aguilar Guzmán.

Tal como explican las coordinadoras, desde hace unos treinta años el periodismo narrativo a ambos lados del Atlántico viene gozando de una salud cada vez más robusta. Y a nosotras nos gusta leer la actualidad en forma de palabras vivas y testimonios, como lo hace quien sigue creyendo en las buenas historias. Seguimos necesitando esa escritura enmarcada en diferentes paisajes, urbanos o rurales, que quiere tratar temas que no siempre alcanzan una categoría “de interés” para aparecer en los medios informativos, pero que impulsan nuevas formas de subjetividad. Un denominador común reúne a estas fabulosas voces: son nacidas después de 1980. Con esto se da un paso en la construcción de esa genealogía necesaria que muestre a la siguiente generación de cronistas ejemplos de crónicas premiadas y publicadas en revistas y suplementos como Anfibia, Jot Down, 5W, El Malpensante…
Seguimos necesitando esa escritura enmarcada en diferentes paisajes, urbanos o rurales, que quiere tratar temas que no siempre alcanzan una categoría “de interés” para aparecer en los medios informativos, pero que impulsan nuevas formas de subjetividad.
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El libro se divide en cuatro partes: Tránsitos, Cuerpos, Violencias y Huellas. En estas páginas seguimos a las mujeres taxistas de Quito que tienen su propio vehículo y que trabajan muchas horas al día para sobrevivir en un espacio público y profesional ocupado por hombres; a las veteranas mujeres mexicanas que han cuidado y trabajado (si es que estos dos verbos no son lo mismo) toda su vida; a una community manager que conoce a una “cazadora de concursos” —una mujer que participa en más de cien concursos al día en las redes sociales, lo cual supone el sustento principal de su hogar—… Especialmente hermosos me han parecido los textos de Amalia del Cid, un fantástico arranque que cuenta la vida de la propietaria de la fábrica de pirotecnia más popular de Managua; el de Mónica Baró Sánchez, que relata su experiencia tras ser detenida en La Habana por su trabajo, y los de Ángeles Alemandi.
Si veintiún textos te saben a poco, al final del libro se ofrecen una serie de apuntes cartográficos sobre cronistas hispanoamericanas actuales; entre ellas Camila Sosa Villada, Virginia Mendoza y Brenda Navarro. Pero hay muchas más. Porque la lista de mujeres que escriben, que hacen periodismo y literatura de no ficción, que se incorporan a la vasta estirpe de mujeres que miran para ver, es interminable. Es necesario que estas voces continúen dialogando, es necesario mantener esta genealogía de mujeres que miran, por su potencial político, que posibilita cuestionar relaciones de poder imperante —por supuesto y lamentablemente, también dentro del periodismo—, y desafiar sus asimetrías.
Puedes comprar el libro en tu librería favorita o aquí.