Un cuerpo.
Inerte.
Un cuerpo inerte, adormecido, muerto.
Un cuerpo que no siente en una mente que no está presente.
El dolor se elimina de raíz, amputando, mutilando, arrancando.
Lo que sea.
El dolor es un crimen y el crimen siempre se paga.
Pulpa, Flor Canosa
Sin ser un gran experto en el género distópico, tengo la impresión de que en general este es motivo hoy día de novelas y películas un tanto ingenuas; un mero adorno en el que ambientar historias manidas y en las que además lo crítico y lo reflexivo —y también la calidad narrativa— quedan apartados del relato en favor de la descripción de detalles absurdos, como los mil cachivaches y descubrimientos que la humanidad haya podido inventar en ese mundo hipotético. Un tanto igual sucede con el terror, el cual sí controlo algo más, en el que gran parte de lo que se publica copia la fórmula del tren de la bruja, la del «susto tras susto», sin aportar ni arriesgar en absoluto y sin profundizar en qué miedos se ocultan tras la máscara del asesino, el fantasma o los monstruos. Al igual que sucediera hace unos pocos años con Cadáver exquisito (Alfaguara, 2017) de Agustina Bazterrica, Pulpa (obra del 2018 pero publicada en España por Horror Vacui en el 2022) supone un soplo de aire fresco al respecto del horror distópico —curiosamente, dos novelas escritas por mujeres de nacionalidad argentina—. Su originalidad y la agilidad de su prosa, sumada a la brevedad de su extensión, donde la trama, el lore, es tan importante como lo que plantea temáticamente, hacen de su lectura un acto de ¿disfrute?, ¿placer? Interrogo porque su autora, Flor Canosa, no se corta a la hora de crear imágenes violentas, gore y sadomasoquistas.
Su originalidad y la agilidad de su prosa, sumada a la brevedad de su extensión, donde la trama, el lore, es tan importante como lo que plantea temáticamente, hacen de su lectura un acto de ¿disfrute?, ¿placer? […] su autora no se corta a la hora de crear imágenes violentas.
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Narrada desde tres puntos de vista diferentes —a través de la primera persona del trío protagonista: Irma, Lunes y Enero—, la novela se ambienta en una ciudad-estado en la que el dolor está prohibido. Si alguna persona lo siente, el sistema se encarga de curarla volviéndola inconsciente mediante el consumo de drogas: «el dolor se trata solamente con la inconciencia, haciendo perder al cuerpo su carácter de sujeto para volverlo mero objeto de estudio». Es decir, es el Estado, el poder, quien decide sobre el conocimiento —mediante RACK, una especie de Wikipedia controlada por el poder— y los cuerpos de la población, con lo que cosas tan mundanas como por ejemplo ligar o establecer una pareja o un matrimonio solo es permitido por cuanto tiene la finalidad de proporcionar hijos a la patria. Los seres humanos son entonces meras máquinas programadas (civilizadas) para ser «productores-producentes». Y frente a estos se encuentran los «hombres-bestia», personas que habitan fuera de esta «polis» y que son consideradas salvajes e incivilizadas por llevar un modo de vida improductivo, ajeno a los modos de la ciudad. Una contraposición que de manera original plantea en el texto el eterno conflicto ¿civilización? vs. barbarie.

Ante un régimen que controla la corporeidad de sus súbditos, el disfrute y la atracción por lo prohibido se convierten en un modo de rebelarse y de transgredir la ley. Irma y Lunes, los personajes principales, cada uno a su manera, experimentan en sus propios cuerpos el dolor, la violencia y el sexo, infligiéndose heridas o practicando parafilias, con lo que pasan a convertir lo censurado en deseo. Al probar tales prácticas son conscientes de sus aspectos humanos: las excrecencias, la sangre, el deterioro del cuerpo, las heridas, los cortes, el manar de la sangre, lo escatológico o el sentimiento de violencia. Descubren qué les hace humanos de modo similar al «pellízcame para saber que estoy despierto». Sin embargo, como he dicho antes, satisfacer tales deseos supone desobedecer a la autoridad, pero ¿Cómo puede ser el escarmiento, el castigo o la condena en un sistema que prohíbe el dolor y el sufrimiento?
Algo también llamativo en Pulpa es que no se trata de la clásica distopía antitecnológica. No existe una amenaza artificial con la que advertir a quienes la lean de los peligros de una sociedad robotizada, ni tampoco un rechazo a los avances digitales o tecnológicos. Es más, por en la novela sobrevuelan varias cuestiones transhumanistas y poshumanistas: la biotecnología o la propia idea del ser humano como máquina programable, cuyas habilidades son tomadas por herramientas tecnológicas —caso de la tradición oral, por ejemplo, como forma de mantener el conocimiento—.
Así pues, Flor Canosa especula en Pulpa con un régimen bastante posible y alejado, como en un momento sugiere Irma, de aquellas ciudades con grandes avances tecnológicos de otras narraciones futuristas, en el que los seres humanos son despojados de sus sentimientos, y de su propia condición, lo que los lleva a comportarse y tratarse entre ellos como si fueran un electrodoméstico: ver el cadáver de un familiar en la cocina como quien ve una rabada de pan de molde recubierta de moho y la tira a la basura sin más. Pero sobre todo interesa por cuanto se advierte de que a tal situación se ha llegado de manera progresiva, no de un día para otro. Vamos, que un régimen autoritario no surge de repente, sino mediante la pérdida paulatina y consentida de libertades. Un aviso a navegantes ante el panorama que nos rodea.
Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de la editorial Horror Vacui