A finales de la pasada primavera se celebró en el Teatre Principal de Maó, en Menorca, la vigésimo quinta gala de los Premios Max de las Artes Escénicas en la que la burgalesa María Velasco se alzó con la manzana a la Mejor Autoría Teatral por Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra. La obra, que ha abierto la temporada teatral de la Sala Cuarta Pared en Madrid antes de pasar a la Sala Beckett en Barcelona, colgando el cartel de localidades agotadas en todas las sesiones, se encuentra recogida en el volumen Parte de lesiones (Ediciones La uÑa RoTa, 2022) junto a otras cuatro ficciones teatrales y tres textos breves.
Con una serie de constantes que atraviesan toda su obra, lo primero que me llamó la atención de este volumen recopilatorio fue el texto biográfico de la solapa y los paralelismos que podía establecer entre la vida de Velasco y la mía. Con dos años de diferencia entre ambos, comenzó sus estudios en un colegio de monjas (yo en uno de curas) y empezó a recibir clases teatrales desde muy joven (a los dieciséis años, mientras que yo había comenzado con nueve). Después vendría la licenciatura en comunicación audiovisual (ambos en sendas universidades madrileñas), el máster cultural (yo en gestión y ella en práctica escénica y cultura visual) y el doctorado en comunicación (del que se desprenden de su obra unas impresiones muy parecidas a las mías).
Con una serie de constantes que atraviesan toda su obra, lo primero que me llamó la atención de este volumen recopilatorio fue el texto biográfico de la solapa y los paralelismos que podía establecer entre la vida de Velasco y la mía.
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Con esta breve contextualización, aproximarse a los textos de María Velasco parecería adentrarse en territorio conocido, pero un camino aparentemente similar o con bastantes estaciones en común queda claramente bilocado al transitarse desde la perspectiva de la autora -mujer- y la del lector -varón (homosexual)-, por lo que el diagnóstico de las lesiones recogidas en las poco más de trescientas páginas que conforman el libro no resulta tan sencillo como en un primer momento podría parecer.
Como se explica en la introducción de autoría coral que abre el volumen, la dramaturgia de Velasco actúa como un torniquete frente a una serie de heridas autoinfligidas, pero no como una cura; o, lo que es lo mismo, el texto dramático actúa a modo de vendaje, impidiendo el desangramiento, pero sin actuar sobre la herida, que permanece. Tanto en Escenas de caza, inspirada en la obra de Sperr, y La espuma de los días, en la novela homónima de Vian, como en sus textos originales, hay una pulsión constante de esa herida cálida que late y arroja, a cada latido, si no una explicación sí un intento de establecer algún tipo de causalidad sobre ese síntoma que es la carne abierta.
La dramaturgia de Velasco actúa como un torniquete frente a una serie de heridas autoinfligidas, pero no como una cura; o, lo que es lo mismo, el texto dramático actúa a modo de vendaje, impidiendo el desangramiento, pero sin actuar sobre la herida, que permanece.
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Las heridas recogidas en el particular Parte de lesiones de María Velasco no son meramente individuales, sino que retratan el estado sintomático de una generación y una sociedad en la que la herida se inflige sobre el cuerpo y también sobre el territorio de aquellos que habitan en los márgenes. Desde la perspectiva del cuerpo femenino, fetichizado y cosificado en un claro paralelismo con la domesticación de la naturaleza, colonizada e industrializada hasta la extenuación, existe un claro componente de clase en los ocho textos que dan forma al libro y que profundizan en temas como las relaciones familiares, los intercambios sexuales y/o sentimentales, la inmigración, la censura o la precariedad que condiciona el desarrollo de los distintos ciclos vitales, contagiándose desde el entorno laboral a todos los aspectos de la realidad cotidiana, estableciendo una permanente sensación de espera hacía una mejoría que nunca llega.

Sin un posicionamiento maniqueísta, los personajes de María Velasco, entre los que destaca el claro protagonismo femenino, se expresan con una lucidez que destila inteligencia, humor y una furia contenida que únicamente estalla en el momento preciso, pero que, del mismo modo que la herida que no cicatriza, actúa como un señalamiento del síntoma y su causa sin anularlos, presentando, tal vez, la (auto)transformación como única solución posible. Porque una cosa común en todos los personajes protagónicos de la obra de Velasco es esa evolución -forzosa y forzada- a la que se ven abocados en un contexto hostil para los cuerpos que habitan esos territorios marginales, para esa generación en continua reinvención a la que parece habérsele negado un lugar de pertenencia y que habita en espacios liminales.
Y esa evolución como instinto de supervivencia enlaza con el prodigio de que una obra sin una gran productora o distribuidora detrás, como Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, continúe programándose dos años después de su estreno, en el marco del 38º Festival de Otoño allá por noviembre de 2020, con todas las complicaciones que las distintas normativas pospandemia han implicado para las compañías y los espacios de titularidad privada.
Esa escena de la defensa frente al tribunal («Me doy cuenta de que me he prostituido / muchas más veces de las que pensaba») se constituye como un perfecto ejemplo de ese teatro nada acomodado y esos personajes que, a través de su propio discurso, perciben la realidad y su posición en la misma, el cambio que no se hace efectivo hasta que no se nombra y la necesidad de reivindicarse y reivindicar su cuerpo y un territorio propio, enfrentando esa deforestación de la naturaleza con una deforestación mayor, la de aquellos constructos hipernormativos que constriñen toda realidad descentralizada mediante la decolonización de aquellos territorios reales y figurados tomados por el pensamiento hegemónico.
Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de la editorial La uÑa RoTa.