La alquimia del fuego en Roberta Marrero

Iluminados por el fuego
Atravesados por la espada triunfal
En un arrebato de luz celestial.

Fangoria, Iluminados, del álbum Canciones para robots románticos.

Roberta Marrero es una mujer que ilumina la oscuridad del silencio con el brillo sombrío de su escritura. Si la poesía es una de las formas más sofisticadas y sublimes del uso del lenguaje, el poemario Todo era por ser fuego es una de las más exquisitas formas del uso reflexivo de la escritura, el dolor y el deseo. La alquimia del negro perfecto de sus relatos hace uso de las tecnologías discursivas para plasmar los efectos vitales del verbo sobre la carne y de la carne sobre la materialidad consustancial de las emociones, los afectos y sus micropolíticas. Su enunciación invoca y conjura los lugares periféricos del fracaso, en un arte queer con resplandores sombríos y heridas abiertas del alma sublevada.

Poemas de chulos, trans y travestis, donde el cuerpo se desgarra, muestra sus órganos vitales, derrama el semen, las lágrimas y la sangre de una nostalgia transformada en esperanza y un futuro consumido por la ilusión, los sueños y la muerte. Canticos y elegías al placer, himnos solemnes a la podredumbre de los hombres, dignos homenajes a Marsha P. Johnson, Silvia Rivera, Sonia Rescalvo Zafra y Pedro Lemebel. Gritos de justicia, recuerdos velados por los cometas del cielo nocturno, besos y caricias impresas en papel para el devenir. Estamos ante la alquimia fantástica del arrebato, la oscuridad del dolor y la excitación transformadas en poesía somática.

Gritos de justicia, recuerdos velados por los cometas del cielo nocturno, besos y caricias impresas en papel para el devenir. Estamos ante la alquimia fantástica del arrebato, la oscuridad del dolor y la excitación transformadas en poesía somática.

En la nueva introducción al Manifiesto contrasexual, Paul B. Preciado enuncia la expresión poesía somática para hablar de los instrumentos de la imaginación artística como fuerzas deconstructoras y críticas para la transformación política de los cuerpos, la sexualidad, el deseo y las emociones. Para Preciado, “en política, no hay libertad sin poesía. Un manifiesto es siempre un dildo semiótico hiperbólico y extravagante. Un poema político.” En este sentido, la escritura de Roberta, materializada en un artefacto de portada negra, está fabricada mediante la experimentación somática con las herramientas de la metáfora y la metonimia, produciendo una narrativa queer, micropolítica y singular, que condensa, desplaza y transforma la epistemología de las máquinas deseantes para la activación de la sublevación de los diseños del cuerpo sexual y la emancipación para la reinvención del sujeto del deseo. En síntesis, se trata, de un manifiesto de insurrección poética, micropolítica y de imaginación artística teñido con la tinta oscura de las lágrimas del goce y el carbón del fuego de la alquimia.  

En la alquimia, el fuego es una de las sustancias elementales y se considera el agente transformador por excelencia. Si el agua limpia, el fuego purifica. Somos alquimistas, animistas, sobre todo electricistas, dice una canción de Fangoria. La alquimia del fuego en Roberta Marrero despliega la sacralización pagana de lo sublimemente abyecto, de las casas llenas de fantasmas, de los cementerios infestados de sueños, de los castillos consagrados al cruising, las tumbas sin nombre de nuestras muertas y las calles habitadas por travestis que viven y mueren resplandeciendo en el fulgor de la noche. Su poesía es fuego alquímico que irradia con intensidad una luz oscura, unos rayos negros, una luminiscencia sombría. Cada palabra evoca, en un ritual de consagración a los músculos y tendones del cuerpo desnudo y desangrado de Cristo en la cruz, un performance que transmuta la carne del cuerpo trans en un templo de ternura, deseo y vitalidad mortuoria.

Así, Roberta Marrero es al mismo tiempo sacerdotisa punk, Santa profana, estrella oscura e intrusa del verbo, la imagen y la letra. Su voz emerge de las profundidades de la depresión para ser el resplandor del filo de un cuchillo, el brillo de la sangre que gotea de las heridas abiertas, la luminiscencia del plástico que materializa su cuerpo sin órganos. Quimérica, monstruosa y travesti. Flor exótica que crece en la tumba de Jean Genet. Cadáver marica que hace transformismo. El ciervo tatuado que busca al cazador. El cordero que devora en su carne la navaja. Látigo y maquillaje con siliconas y parafinas. Devota al dolor sublime de sentir la pasión del amor, la gelidez del desamor y la vanguardia del peligro. Objeto causa de deseos de follar y ser follada. Magma, volcán e incendio. Reliquias adornadas con labial carmesí. Cometa trascendente que viaja a través del fuego del infierno. La profunda inhalación de los poppers en el instante preciso del orgasmo.

Objeto causa de deseos de follar y ser follada. Magma, volcán e incendio. Reliquias adornadas con labial carmesí. Cometa trascendente que viaja a través del fuego del infierno. La profunda inhalación de los poppers en el instante preciso del orgasmo.

Los cuerpos trans son cuerpos sin órganos en el sentido de Deleuze y Guattari. “El cuerpo sin órganos es producido como un todo, pero un todo al lado de las partes, y no las unifica ni las totaliza, se añade a ellas como una nueva parte realmente distinta.” Los cuerpos son el resultado de un sofisticado diseño de la sexualidad, el deseo es el efecto del montaje de una multiplicidad de parcialidades anárquicas ensambladas en los agujeros por los que atraviesa la energía orgásmica y molecular de la carne, dando como materialización al sujeto deseante, sufriente y hablante, eso que podemos nombrar sustancia gozante. Lo trans revela la artificialidad de la naturaleza en el montaje del diseño de los cuerpos, las performativas del género, la política de los sueños y la excitación que producen los símbolos de poder. Roberta a través de sus poemas hace una descripción precisa, singular y deliciosa de cada uno de estos elementos. Los cuerpos travestis y trans son la mutación epistemológica, discursiva y cultural del crepúsculo de la heterosexualidad. El montaje y desmontaje de las piezas de los cuerpos trans hace posible depositar y repartir sus órganos en vasijas con formas de tetas y caderas, cubriendo el rostro con una máscara de visibilidad y desplazamiento, donde el anonimato se vuelve la expresión de la fama en Andy Warhol. Pero el cuerpo trans también es creación y expresión significante del tecno-lubricante del deseo y la potencia orgásmica.

De igual modo, lo punk es radical porque es vulnerabilidad, oscuridad y ternura expresada con fiereza. En las composiciones poéticas de Roberta encontraremos la belleza de la música, la ternura de la vulnerabilidad, la rebeldía del crossdressing, la fragilidad de ser una orquídea negra y carnívora adornando la tumba de un marica y una travesti, el deseo mismo de ser una tumba para ser visitada y adornada con flores chorreantes de néctar y lujuria. En sus palabras también resuenan los ecos de Fangoria, Rigoberta Bandini, La Jurado, Family, Alejandra Pizarnik, Mocedades y Lola Flores, con la sonoridad de ser la gata bajo la lluvia. Pues ya lo vemos, la vida es así. De esta forma, la poesía que emana del corazón de Roberta es un remix textual de sonidos, fragmentos de existencia y ternura punk. Pero, además, es el recordatorio afectuoso de uno de los principales mensajes de David Bowie, ese que dice que podemos ser héroes, aunque sea por un día.

El poemario de Roberta es por completo una pieza de arte sonoro punk transfeminista. Un registro para los archivos del futuro sobre la insurrección cotidiana y la enunciación queer. La belleza de sus frases es comparable únicamente con la hermosura de su portada negra adornada con esa tierna foto de Roberta en su infancia, en su primera comunión, concentrando la encarnación del punk, la ilusión de la inocencia y la promesa del devenir. Nada es más punk que la inocencia y nada es más inocente que la ternura de lo que devendrá punk.

Al abrir las páginas del libro encontraremos una cálida bienvenida en un prólogo escrito por el guapísimo Víctor Mora y al final la despedida está a cargo de la extraordinaria Celeste González en un (D)epílogo conmovedor. La composición escritural del poemario me hace pensar en un concierto, en el que hay un telonero, una estrella principal que sale a dar su actuación perfectamente interpretada y una artista invitada de cierre. Eso es este poemario, un concierto de textualidad tecno y de sensualidad electrónica, con canticos de dolor por desamores santificados y elegías por las visitas a los cementerios.

En el prólogo del libro El bebé verde. Infancia, transexualidad y héroes del pop, Virginie Despentes dice que le “impacta su manera de contar historias en sus obras, exactamente como una poesía que renunciamos a leer de izquierda a derecha y de arriba a abajo, como los pupitres que utilizábamos cuando éramos pequeños en la escuela, esos que llenábamos de frases o pequeños dibujos. Roberta es capaz de servirse de emociones particulares, es a la vez punk y frívola, a la vez sofisticada y naïve.” Esa consistencia poética se refleja en su escritura, trazando un nuevo tipo de imagen sensorial en la que se plasman la fragilidad del dolor y la oscuridad de la depresión con la pasión estética del deseo y el éxtasis del amor.

Hay un costado testimonial del fuego del deseo, ese que nos transforma al consumirnos y nos consume al transformarnos. El fuego como arma y el fuego como expresión del alma. El alma como arma y el fuego como expresión textual y semiótica del deseo. El claroscuro de las enfermedades, de la finitud, de la alegría de las flores y el color negro del luto por las ilusiones (no) consumadas y capturadas en un collage de naturaleza muerta con hombres de pronunciada musculatura y acentuada virilidad.

Roberta, tus poemas le hablan a mi dolor y lo reconfortan, tus palabras atemperan un poco mis tristezas vertidas en una cotidiana melancolía al borde del suicidio. Yo quiero viajar contigo en un taxi sin rumbo por una ciudad sin nombre y ver juntxs un cometa tumbadxs sobre la arena, para luego hablar de cosas que suenen trascendentes. «Ámame, fóllame, mátame». Gracias por acariciarme con tus poemas. “Todo era por ser fuego, flor exótica, deseable.” “Hay una luz que nunca se apagará”. Tienes el don de la belleza y del talento. Conjuro al imaginario sexual y a la memoria del deseo para que seas amada por una multitud de chulos velludos, mojados y barbudos, que te ofrezcan su semen y consagren tu cuerpo. Si el deseo es una bacteria carnívora que terminará por destruirnos, al menos que su fuego en la hoguera del amor, mientras nos consume, nos haga brillar y nos cubra con la luz negra de la poesía.

Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de Continta Me Tienes.

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