Club de cine con Layla Martínez. Segunda sesión: falsas utopías

Último martes de marzo de 2021. Nuevo horario, la hora extra de luz de la tarde entra por la ventana. Segundo año de la era COVID. Cuarenta años después de que empezara a sonar el murmullo de la existencia de una desconocida enfermedad. La enfermedad tardó un tiempo en tener nombre. Otro virus: VIH.  Todavía no hay vacuna, sí pastillas. 

Continuamos enredados en la utopía, en los fragmentos de lo posible; también de lo imposible. Explorando esa propuesta cargada de “esperanza radical” de una búsqueda de un catálogo de mundos mejores que nos viene proponiendo explorar Layla Martínez desde finales de diciembre, cuando apareció publicado  su ensayo Utopía no es una isla.

Pensar en la palabra cineclub hace que suene en mi cabeza la sintonía de las sesiones de cine de madrugada que emitían en la segunda cadena cuando era crío. Nostalgia. ¿Por qué la nostalgia?

Esta segunda sesión pretende avanzar desde el fin de la distopía hasta las falsas utopías. Tres películas componen el programa: El show de Truman (Peter Weir, 1998), Pleasantville (Gary Ross, 1998) y Big Fish (Tim Burton, 2003).

Debo aquí confesar algo: cuando estudiaba historia me encantaban las propuestas del socialismo utópico frente al socialismo científico que proponían Marx y Engels. De esto conversamos en el cineforum, Layla lo explica en su libro Engels calificaría de <<utópicos>> a los pensadores socialistas que habían precedido al desarrollo de la teoría marxista. Las ideas de Owen, Fourier o Cabet eran formulaciones idealistas. La idea de utopía desde entonces está teñida de cierta sombra negativa.

¿Cómo sería una sociedad perfecta? ¿Qué la define? Quizá la ausencia de conflicto, el no espacio para el accidente, una homogeneidad asfixiante que señala a la diversidad como lo que sobra, lo no necesario. Para conseguir que el conflicto no agriete el sistema es necesario el aislamiento, un muro de contención, la utopía es para unos elegidos frente a esa distopía que en las producciones culturales se expande a nivel global en cuestión de horas. Nosotras, que somos hijas de crisis económicas cíclicas, ya somos conscientes de que el flujo de noticias es constante cuando las cosas van mal. En cambio, en momentos de no crisis desaparecen las noticias, deja de ser algo democrático el reparto de beneficios.

¿Cómo sería una sociedad perfecta? ¿Qué la define? Quizá la ausencia de conflicto, el no espacio para el accidente, una homogeneidad asfixiante que señala a la diversidad como lo que sobra, lo no necesario.

El capitalismo tiene su propia utopía, un lugar donde ésta se desborda: en los pasillos de los supermercados con muchas marcas diferentes, muchos colores que atraen. Ya saben el american way of life y la minoría blanca, heterosexual ingenua. La venda no debe caerse de los ojos, para eso, tenemos que estar entretenidos. En ese estar atrapados en un bucle de presente continuo es interesante ver la evolución de las redes sociales. No deja de resultar cándida a nuestros ojos saturados volver a ver El show de Truman, ahora vivimos en un escenario, somos prosumidores de nuestra propia existencia.

Otra de las ideas que destaco es aquella asociada con el trauma y su utilización como método de condicionamiento, ante la incertidumbre y la pregunta recurrir al trauma como forma de control social.

¿Cuál es el lugar de los poetas? ¿Por qué Platón los expulsó de la ciudad?  Pensaba en el libro de Luis Alegre Zahonero El lugar de los poetas. Un ensayo sobre estética y política que nos puede servir de guía para seguir planteándonos qué tipo de ficciones, qué categorías manejamos.

La toma de conciencia feminista y esa foto/cartel de 1937 There’s no way like the American Way.

Ideas.

En abril, en nuestro próximo cineclub exploraremos las utopías tecnológicas. Seguiremos agarrados a la esperanza.

foto/cartel de 1937 There’s no way like the American Way.

Puedes leer sobre nuestra primera sesión de cine y utopías aquí

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