Los sueños no son sólo sueños. Existen. No son ficción. Son un espacio real donde a veces la verdad puede por fin salir a la luz. Son un lugar de reconciliación y curación temporales
El bastión de las lágrimas,
Abdelá Taia.
Violencia suma violencia, se esparce, multiplica y se adhiere a nuestro ser y estar en el mundo. Las invenciones discursivas y las posteriores representaciones de esas ficciones están cargadas de significados que se pegan a nuestra piel. Desde los estudios postcoloniales se ha deconstruido la forma en la que el orientalismo ha configurado un sistema dicotómico entre una aquí y un allí, un nosotros frente a un ellos, unos sujetos “otros” con unos rasgos rígidos y encorsetados. En estas ficciones, lo temporal y lo espacial juegan un papel fundamental, en donde nunca lo lejos lo ha estado tanto, ni el pasado tan presente.
Una de las obras fundamentales en el campo de los estudios poscoloniales es Orientalismo, del profesor Edsar Waadi´a Said. Escribe Said que Oriente es una parte integrante de la civilización y de la cultura material europea. El orientalismo expresa y representa, desde un punto de vista cultural e incluso ideológico, esa parte como un modo de discurso que se apoya en unas instituciones, un vocabulario, unas enseñanzas, unas imágenes, unasa doctrinas e incluso unas burocracias y estilos coloniales.
Este artículo se centrará en el análisis de dos novelas del escritor marroquí Abdelá Taía: La vida lenta (2020) y El Bastión de las Lágrimas (2025), para examinar la forma en la que Taia desmenuza en sus creaciones literarias d la persistencia del orientalismo en la vida contemporánea de la sociedad europea, especialmente en el seno de la sociedad francesa. La cuestión del Orientalismo estuvo muy presente en el debate posterior que se llevó a cabo en la presentación del último libro de Taia en Madrid el pasado 6 de Junio en Casa Árabe.
El escritor y cineasta Abdelá Taia nació en Rabat en 1973, tras estudiar literatura en la Universidad Mohamed V en Rabat, en 1998 se trasladó a vivir a París, la mayor parte de su producción literaria está escrita en francés. Ha publicado un total de once novelas, es colaborador en la prensa francesa. En 2013 dirigió su primera película El Ejército de Salvación y en 2024 estrenó Cabo Negro.
Adentrarse en las obras de Taia es un viaje a través de la memoria, una escritura que no rehuye la violencia, en un continuo flujo de conciencia en el que se exploran las vivencias de sus protagonistas situados, en las tres novelas analizadas en este trabajo, en la intersección entre la condición de persona migrante y una orientación sexual gay, ambas condiciones son ambivalentes y generadoras de conflictos como veremos a lo largo de las siguientes líneas. La dimensión de género también está muy presente en sus novelas, así como las nociones de perdón, infidelidad a las raíces, junto con una crítica explícita a la sociedad francesa por su arraigada hipocresía hacia las personas migrantes y su persistente concepción de superioridad con respecto a los “otros”. Abdelá Taia a través de las voces de sus personajes analiza lúcidamente los esencialismos que caracterizan al orientalismo, las relaciones dicotómicas entre un occidente cargado de progreso y de libertad frente a un oriente rígido y atrasado en sus concepciones de, por ejemplo, la libertad sexual y la igualdad de género.
La primera novela en la que nos centraremos es La vida lenta (2020), ambientada en la Francia de mediados de la década pasada, posterior a los atentados de noviembre de 2015. La novela sigue la vida de Munir, un profesor de lengua y literatura francesa, de 40 años, de origen marroquí y homosexual que ha cambiado de domicilio y establece una relación de intimidad con una de sus vecinas Simone Marty, una octogenaria. La relación de convivencia va convirtiéndose según avanza la trama en más complicada, con momentos de violencia verbal entre los antiguos amigos. Taia explora con contundencia a lo largo de la novela buena parte de los lugares comunes que se han mencionado previamente sobre la supuesta superioridad de la Francia contemporánea sobre los migrantes, dando igual el tiempo que lleven residiendo en territorio francés. Escribe Taia: “Hasta Madame Marty, pobre francesa, que sobrevive desde los años 1970 en una buhardilla de 14 metros cuadrados, podía y sabía utilizar a veces el lenguaje de los amos para defenderse. Algo que remontaba desde lo más profundo. ¡Eh, tú, Munir! Por mucho que hayas obtenido un doctorado en literatura francesa del siglo XVIII en la Sorbona, eres inferior a mí. Sigues siendo marroquí, pase lo que pase, que no se te olvide”. Aquí vemos que por mucho tiempo que pase, la marca de la impureza está y estará siempre en Munir. E incluso es interesante como el propio Munir interioriza esa supuesta inferioridad cuando indica. “Vamos, vamos, Munir… Acabarás por acostumbrarte al ruido de las dos vecinas de arriba (…) No des mala imagen de los árabes. Venga. Pon de tu parte. Deberías considerarte un tipo feliz, con suerte, por vivir en la Rue de Turenne. Vienes de los suburbios de Rabat, de la ciudad de Salé y su mala reputación”. La mala reputación de los árabes, ese imperativo casi inalcanzable de convertirse en un árabe respetable, en un árabe integrado, que no genera conflicto, que se adapta a los silencios y a las buenas formas de la metrópoli. Aquí encontramos la dicotomía entre el buen ciudadano francés y el salvaje árabe.

Taia construye una novela en la que tanto la violencia física como la psíquica están muy presentes, una violencia que tiene que ver con la nostalgia del allí, la violencia del proyecto colonial está muy presente cuando escribe: “Mis hijos han renegado de mí después de todo lo que he hecho para facilitarles la vida. Han estudiado. Han triunfado. Son adultos y viven con holgura. Se han casado con mujeres blancas. Se avergüenzan de mí y del mundo que llevo dentro de mí. No son los mismos valores, dicen. La gente de allá de la aldea, no son libres. No tienen derechos” En este párrafo aparece de nuevo la dicotomía y la ficción de una soberanía individual exitosa frente a un lugar remoto en el que la falta de libertad, sea lo que sea que contenga esa libertad carece de contenido material en la vida de este personaje.
La vida lenta consigue rastrear con inteligencia cómo se mantienen los esencialismos y los esquemas binarios, manteniendo una visión unitaria de occidente y la división entre colonizador y colonizado, al mismo tiempo que es capaz de retratar la otra cara del escenario, es emocionante cuando el protagonista siente que: “Tras quince años de vida en París, ya no me sentía satisfecho de encontrarme en el corazón del frío, mito intelectual construido alrededor de esta ciudad. Vivir en el centro de la villa legendaria no me bastaba. Echaba terriblemente de menos la realidad simple de la vida pobre, como en Marruecos, la realidad cotidiana, trivial incluso” De nuevo el centro y la periferia, de nuevo los esencialismos sobre la pobreza y la riqueza.
La última novela publicada por Taia es El Bastión de las Lágrimas (2025), una novela de estructura similar a la anterior, donde el flujo de conciencia es uno de los elementos clave en la escritura del texto. En este caso, el argumento tiene elementos comunes con La vida lenta. Yusef, un profesor marroquí exiliado en Francia, regresa a Salé su ciudad de origen en Marruecos, allí tiene que vender unas propiedades legadas por su madre, a partir de este regreso temporal, Yusef se enfrentará a los ecos del pasado, a una infancia marcada por los abusos sexuales, donde la violencia sigue siendo una de las protagonistas indiscutibles del relato, un viaje que invocará al pasado y que servirá quizá para alcanzar una reconciliación interior y familiar que se hace necesaria para poder seguir caminando. La exploración que hace Taia de los abusos sufridos tanto por Yusef como por Nayib, su mejor amigo de la adolescencia por su orientación sexual gay es conmovedora y valiente. Expresa Nayib: “Abdicar. En algún momento eso es lo que hay que hacer, Yusef. Nunca cambiarán. Nunca escucharán a gente como nosotros (…) Nuestras vidas no cuentan. No tienen ningún valor. Vivimos a su sombra, en su olvido permanente”. Este alegato contra el olvido y a favor de otras formas de deseo está presente en toda la novela, frente a la vergüenza experimentada y manifestada abiertamente por la familia de Nayib por su orientación sexual, el mismo personaje se pregunta cómo esconder lo que se es.
En otro momento, Yusef, rememora la historia de un gay de Kenitra al que amó sin haberlo conocido: “Lo amé sin haberlo conocido. Lo amé cuando me enteré de la historia de su muerte. Es posible amar a un muerto. Amar a un ser sin rostro. A un fantasma. A un espíritu. Sí, es posible amar un nombre por todo lo que revela y, especialmente, por todo lo que esconde”. Ese juego de sombras, de admiración que es amor, al mismo tiempo que tiene que convivir con el hecho de haber formado parte de esa multitud que excluye y condena al que es diferente. Yusef se integró, se incorporó en el mundo de los demás, en la multitud y aceptó la autoridad y el poder para poder sobrevivir, algo que no deja de lastimarlo al considerar que traiciona a los que desean como él, al conformarse con el silencio y el conformismo de la ocultación.

A lo largo de toda la obra narrativa de Taia hay una insistencia en desenredar los conceptos de errancia, libertad, las trampas de la memoria. Hay dos momentos importantes en El bastión de las lágrimas en relación con todos estos temas, escribe: “No tengo familia. En Francia, estoy sumido en la errancia y el frío interminables. No soy completamente libre, ni siquiera en Francia. Y todavía me aferro a esos recuerdos de nosotros. Los adorno. Me miento a mí mismo. Vivio en el presente un pasado que quizá nunca existió. Y, desde luego, no quiero volverme razonable, comprensivo, bueno”. Más adelante escribe: “Desde que regresé a París, paso los días y las noches recordando cómo éramos antes, volviendo a nuestro vínculo. A nuestra pobreza. A nuestra belleza. A nuestro paraíso. A nuestra gran ficción. Sé que estoy constantemente reescribiendo, reinventando el pasado”. En esa autoconciencia hay un acto de resistencia, una resistencia a las fuerzas coloniales que intentan esquematizar las posibilidades de vida. En la obra de Taia y a través de ese juego de espejos con el que intenta describir las ficciones del pasado, el homenaje a los amigos muertos, la aceptación del deseo, hay un acto de resistencia y de afirmación de la humanidad y de sus contradicciones. Una liberación de la conciencia que es al msmo tiempo una liberación social. Las ficciones de aquí son idénticas a las de allí. Lo híbrido está completamente presente en los textos de Taia, las contradicciones que desbaratan la supuesta singularidad del “otro” oriental, de ahí la importancia que tienen en su escritura ese juego de espejos que se mencionaba previamente.
Taia defiende la risa, defiende a las mujeres no cabales y escribe: “Ellas se ríen mucho. Incluso cuando hay una tragedia en casa, a causa de nuestra eterna pobreza (…) Siempre se acaba a carcajada limpia. Largos momentos en los que, sin más que esperar, nos reíamos. Nos reímos de nosotros mismos. De los demás. Y, sobre todo, de aquellos que creen tener autoridad sobre nosotros”.
Que la carcajada de las subalternas conmueva al corazón del mundo.
El trabajo de traducción de ambas obras Lydia Vázquez Jiménez. Agradecer desde estas páginas la labor editorial de Cabaret Voltaire, por la forma, por el fondo.