Escribe en el epílogo el dramaturgo Alberto Conejero que «Rodrigo es, ante todo, una fuerza que desea». Que sus textos (poéticos, teatrales, aquellos que publica en redes) constituyen un acto performativo en sí, una acción, el recorrido por «un itinerario del deseo». Siguiendo esta idea de continuidad entre textos (poemas, escenas, tweets…), una duda parece emerger de la lectura de estos gatos editados por Letraversal. ¿Puede separarse lo personal de lo poético? ¿Es el poeta que deambula por la ciudad un trasunto del @rodrigogmarina que escribe en redes? ¿Podemos intuir, por tanto, una genealogía de momentos, de encuentros, de personas, que se aparecen en el libro como presencias de lo que la subjetividad del autor percibió de ellas en un pasado reciente? ¿Y puede separarse lo poético de lo político? Porque, más allá de las múltiples referencias que encontramos a otros textos literarios en Los prodigiosos gatos monteses, la ciudad por la que deambula el poeta es una alucinógena Madrid de libertad, de camellos, de amaneceres a cuatro grados bajo cero en la Cañada Real y de abuelos que mueren «sin una mano que».
La ficción presentada por Rodrigo García Marina se desarrolla en un entorno distópico, alucinado y coronavírico en el que la realidad de la ciudad se aparece al poeta como algo hostil, alejado, en una especie de extrañamiento onírico producido por la ingesta de todo tipo de estupefacientes. Los gatos monteses, como elemento poético sobrenatural, deambulan como una plaga por una ciudad vacía mientras la otra, real, obliga al confinamiento de los cuerpos, del tacto ajeno, de los encuentros (o a saltarse los toques de queda para salir al encuentro del otro). A través de la narración poética, el autor desgrana conceptos como el amor, el deseo, el sentimiento de (no) pertenencia… dialogando con las palabras de poetas y dramaturgos para traerlas a ese presente distópico por el que deambula.

García Marina, con quien comparto ciudad y fecha de nacimiento (con una década de distancia), consigue en Los prodigiosos gatos monteses tejer un relato (en el que nos deja acompañarlo junto a los felinos, «el Lemi» y el resto de personajes) sobre el que volver en una segunda (y una tercera…) lectura, con múltiples facetas que redescubrir.
«No puedo prometeros un buen final», advierte el autor a los lectores; pero un buen final no es necesario en un texto que juega con el lenguaje para romperlo («la muerte jugó conmigo cuando llamó mi abuelo y después se convirtió en algo muy parecido, pero muy distinto a los signos de puntuación») y que, volviendo a las palabras de Conejero, «pugna por una memoria alternativa, contemplada ésta como resistencia frente a la crueldad depredadora de los poderes económicos y también como transgresión a la domesticación de las pasiones que estos dictan». Puedes hacerte con este libro en tu librería favorita o en la web de Letraversal