Documentos de locura. Leyendo Apuntes para una psiquiatría destructiva, de Alfredo Aracil

Cuando cae el telón de un teatro inaudito,

las marionetas están fuera, inertes.

Nosotros buscamos en vano ruiseñores de amor.

Buscamos en vano las cuentas de oscuros rosarios.

Alda Merini

La locura o el delirio(amoroso), como pensaba Alda Merini, no es una búsqueda poética, simplemente, sino la descarnada persecución de la verdad. Y en sus múltiples formas, la locura se ha erigido en el espejo del otro lado de la historia; un «desencadenamiento», con Georges Bataille, siquiera consentido a los caprichosos disfraces literarios, o, a duras penas, al sueño del tierno infante. Fuera de ahí, la Historia es la del encierro, la del castigo, aunque sus modos operandi vayan, con sutil aprovechamiento del progreso técnico, refiriéndose a pedir de boca del tirano-Capital. Si para Walter Benjamin cada documento histórico es un «documento de barbarie», desde ahora añadiremos «de barbarie y de locura».

Apuntes para una psiquiatría destructiva (Piedra Papel, 2021) transita por esos documentos de locura y de barbarie que han condicionado el ejercicio de la medicina psiquiátrica en un pasado reciente; por los cuerpos y la memoria de nuestrxs antepasadxs encerradxs bajo el mandato de una normalidad cada vez más difícil de encarnar, de defender, de portar como estandarte; y por una serie de movimientos contraculturales, comunitarios, asociativos, de crítica institucional, entre los cuales destaca la Antipsiquiatría.

Pero los textos recopilados en el volumen no se reducen solo a cuestiones del pasado; también ponen sobre la mesa graves asuntos como la medicalización y patologización de buena parte de la sociedad al amparo de las «ciencias ‘psi’». De la misma manera, se hace hincapié en la falta de un plan solvente de salud mental que responda a las necesidades de un presente dañado y garantice un mínimo confort cognitivo. Todo ello, claro está, sin obviar la obsolescencia de las instituciones (familia, escuela, centro de internamiento, hospital psiquiátrico) que aún hoy en día sostienen y modelan cuerpos, subjetividades, de un sistema de producción de la vida que engaña cada vez menos con sus promesas de un futuro mejor. 

Al comienzo del libro leemos lo siguiente: «Quizás, el horizonte de toda historia sea ser retomada. Contada y vivida a fin de imaginar lo imposible». Veamos, pues, qué extraer de las líneas que siguen.

breves Apuntes biográficos, distintas formas de hacer

El vínculo tiene que ser lo bastante suelto y que no se suelte.

Fernand Deligny

Alfredo Aracil (A Coruña, 1984) lleva años dedicado a la recuperación e investigación de ese otro lado de la historia. Es comisario independiente de arte, además de escritor interesado en pensar los puntos de fuga del (des)orden responsable de los malestares contemporáneos. En 2017, tras ganar un concurso de la Comunidad de Madrid, presentó al público la muestra homónima al libro que nos ocupa, Apuntes para una psiquiatría destructiva: una heterogénea mezcla de proyectos que elaboraba una constelación capaz de explorar los intersticios de una resistencia activa frente a la psiquiatrización de la vida cotidiana. El conjunto excedía el mero acotamiento a una retórica heredera de la anti psiquiatría, potenciando visiones críticas acerca de la salud mental sin descuidar la historicidad de las luchas más recientes.

Considero importante destacar el carácter antimetódico del quehacer de Alfredo, lo cual no implica carencia alguna de rigor. Me explico. Desde mi limitada proximidad, puedo confirmar que uno de sus intereses reside en la escucha. Allá donde va, busca rodearse de personas que de una u otra manera le son estimulantes y le impulsan a convocar la fuerza que alimentó las búsquedas de otrxs, promoviendo espacios de encuentro, pensamiento, lectura y acción conjuntas. 

En el año 2018 organizó el seminario Una fuerza posible: hacia un poética del vivir-juntas en el Museo Reina Sofía. Ahí lo conocí. Fui a cada una de las sesiones como quien acude a un grupo de terapia, quizás sin saberlo, asimilando gestos, extraños vínculos fugitivos, exprimiendo las energías que circularon en torno a los textos, las conversaciones, los acercamientos. El grupo era inestable, cambiante, en un adentro-afuera de la institución, sin filiaciones concretas entre sus miembros, sin dar prioridad a un diagnóstico, pero alejado del imperativo de domesticar los síntomas. La llamada respondía a la urgencia de imaginar formas de hacer y formas de vida capaces de cabalgar los malestares que nos asedian.

El grupo era inestable, cambiante, en un adentro-afuera de la institución, sin filiaciones concretas entre sus miembros, sin dar prioridad a un diagnóstico, pero alejado del imperativo de domesticar los síntomas.

Actividad - Una fuerza posible: hacia una poiética del vivir-juntas - Grupo  de lectura

Estos encuentros coincidieron a su vez con la gran retrospectiva que el museo dedicó a la artista y colaboradora de Alfredo, Dora García. La exposición, Segunda Vez, fue objeto de algunas reflexiones debido, principalmente, al interés metaliterario con fuerte impronta psicoanalítica del trabajo de Dora. La artista conjugaba lectura, escritura, habla, pensamiento, con la documentación y el plano de la performatividad. No obstante, es justo traer aquí la polémica acaecida por la precarización de lxs performers que debían activar las piezas: una polémica que no deja de escenificar las complejas relaciones entre las instituciones museísticas, el mercado del arte, los trabajos culturales y los límites de la politización del malestar en contextos capitalizados por la búsqueda de un rédito, generalmente para el beneficio de singulares Nombres Propios.

Recuerdo que un día paseamos por las salas de la exposición y estuvimos un tiempo prolongado deambulando alrededor de la serie Mad Marginal Charts [Mapas del loco marginado]. Grosso modo, las parcas instalaciones que la componen invitaban a perderse en las temporalidades del trauma, los mecanismos de la represión, a través de la marginalidad de artistas como Antonin Artaud o Lenny Bruce. Con este desvío me propongo apuntalar las formas de hacer de Alfredo por contaminación de influencias. Y quisiera poner punto y final a este apartado con unas palabras de Dora García que contienen, a mi juicio, una fuerza central que a continuación prolongaremos. 

El conflicto, el desequilibrio que desencadena la acción en la tragedia griega, puede ser algo difícil de localizar con certeza, un malestar, una excitación interna, un estado de tensión corporal y la necesidad imperiosa, ineludible como el destino, de calmar esa tensión. Esa necesidad produce un errar compulsivo, un exilio, una deambulación, una alucinación, que a menudo genera ⸺más precisamente, deja como residuos⸺ fantasmas, espectros, objetos parlantes o animados o mecánicos, trapos, retazos, fragmentos, que no se dejan atrapar, que constituyen una mínima, incluso amable, pero persistente molestia y que no mueren nunca. 

El conflicto, el desequilibrio que desencadena la acción en la tragedia griega, puede ser algo difícil de localizar con certeza, un malestar, una excitación interna, un estado de tensión corporal y la necesidad imperiosa, ineludible como el destino, de calmar esa tensión

Añadamos «documentos de locura, Apuntes, nomás».

el Apunte, forma de vida y elaboración, principio activo de lectura

Hombre normal que por un momento

cruzas tu vida con la del esperpento

has de saber que no fue por matar al pelícano

sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros

y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada

de demonio o de dios debo mi ruina.

Leopoldo María Panero

Pienso que hay algo singular en la elección de la palabra Apunte. Hay una realidad multiforme en la manera de presentar y elaborar el trabajo que distingue el apunte de otros formatos más próximos a la unidad inequívoca del acabamiento. Hay una declaración de intenciones, una propuesta concreta de lectura que no pretende alcanzar un saber concluso, totalizante. Según nos cuenta Alfredo, el título de su libro proviene de una entrevista realizada en televisión por Sánchez Dragó al poeta Leopoldo María Panero. Este último, visiblemente imbuido en sus juegos guturales de lenguaje, en sus idas y venidas psicopoéticas, entre trago y trago de Cocacola, cigarrillo tras cigarrillo, espeta ante los impotentes espectadores que se encuentra a punto de mostrar un escrito (desconocido hasta la fecha) llamado Apuntes para una psiquiatría destructiva. 

Con los locos no se puede hablar, que diría Panero, por eso la entrevista es el formato de confrontación por excelencia, de disolución última del intercambio verbal. No es de extrañar que su escritura responda mucho mejor al modelo del Apunte y demande a quien se asome una disposición diferencial de lectura. A este procedimiento, de contenidos fragmentarios diversificados por distintas superficies, le corresponde una singular forma de elaboración que creo entrever en el trabajo de Alfredo.

Así es que el libro publicado bajo este epígrafe, Apuntes para…, no deja de ser un compendio de escritos conectados entre sí por preocupaciones afines, aunque en cierta medida autónomos en su carga de sentido. Cada apunte es una prolongación de anteriores pálpitos que sigue rumiando los mismos cuestionamientos y no cesa de plantearse como problema abierto, encrucijada, laberinto. La lectura se topa con entrevistas, ensayos, crónicas; pues la apuesta inicial es que «debemos seguir traficando con experiencias y formas de vida en trance de ser olvidadas. Traer de vuelta sueños de emancipación que sirvan para albergar la esperanza de que hay, en efecto, un mundo que puede ser libre».

Alfredo introduce «las formas de vida» con ecos explícitos de Diego Sztulwark, quien las distingue de «los modos de vida» diciendo: 

los modos de vida serían las maneras posibles de vivir tal y como ofrece el mercado, listas para su consumo, mientras que las formas de vida supondrían un cuestionamiento de automatismos y linealidades, y partirían, por tanto, de una cierta incompatibilidad sensible con los imperativos de adecuación respecto a la pluralidad de ofertas posibles.

En la misma línea, me vienen a la mente «las formas de vida» tal como las plantea el colectivo Tiqqun, que toman del pensamiento judío el gesto mesiánico que también Alfredo invoca cuando reclama un «débil poder mesiánico, según Walter Benjamin», para concluir con la invitación a «volvernxs videntes». Del pasado histórico retorna una fuerza que el presente contiene, lo difícil es hacer que pase, hacerla pasar. La realidad no es capitalista, dirá Tiqqun, pues ya están aquí los indicios de otras formas de vida posibles. Para Tiqqun, «una forma de vida es esa intensidad apasionada que polariza nuestra existencia y deshace la distinción entre público y privado, existencial y político, interioridad y acción». En definitiva, de lo que se trata es de pensar las formas de vida como el acoplamiento táctico entre una serie de singularidades que avanzan, con o sin conocimiento de causa, hacia una posición política más allá de las segmentaciones trazadas por el Capital. 

Los documentos de locura producidos, recuperados y transformados por Alfredo, esos apuntes, son susceptibles de ser considerados figuras de impotencia. Siguiendo las tesis de Amador Fernández-Savater, Alfredo se orienta a «pensar situadamente la potencia de cada estado de ánimo», poniendo en práctica «estrategias de resistencia en aquello que, a primera vista, parece un impoder». ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo seguir adelante?

perder las formas, Apuntando más allá

Tras ese portalón estaba la luz, el mundo libre,

vivía la gente, como en todas partes. Pero, a este lado

del recinto, te imaginabas el mundo como un cuento irrealizable.

Aquí había un mundo aparte, que no tenía semejanza con anda;

aquí había leyes especiales, con su indumentaria, su moral y sus

costumbres propias, y una Casa Muerta en vida, 

una vida como en ningún otro lugar.

Fiódor M. Dostoievski

Antes de que Foucault dedicara extensas páginas a la investigación de los dispositivos de encierro, disciplina y control, Dostoievski escribió en Memorias de la casa muerta un agudo retrato de la vida en prisión. El escritor vivió en sus propias carnes, durante diez largos años, el encierro penitenciario y la condena a trabajos forzosos. Con esa vivencia, Dostoievski elaboró un pormenorizado estudio de las formas de vida de los sujetos encarcelados. En él, muestra la faz de la condición humana que conduce a un individuo a habitar la conciencia del Mal o el límite de lo razonable. Queda a la vista cómo ni el encierro es capaz de aplacar las más profundas desviaciones. Todo lo contrario. 

Cada momento histórico expulsa, segrega, aniquila, aquellas existencias que amenazan su contrato social, la moralidad hegemónica, pese a estar arrinconando un conocimiento inaudito, quién sabe si determinante al fin. Apuntes para una psiquiatría destructiva acude a ciertos acontecimientos señalados y cartografía los planos de acción de sus potencias. Sus textos se articulan sobre una «genealogía perforada» de experiencias concretas de emancipación, al abrigo de corpus teóricos como los de Deleuze y Guattari, Mark Fisher o Santiago López Petit, latentes ya desde un inicio.

El segundo capítulo del libro presenta un recorrido por los intentos de transformación psiquiátrica en el estado español, iniciados en los años sesenta, junto a las tensiones en el plano de las políticas de la salud. Resulta especialmente ilustrativo el capítulo que viene a continuación, dedicado al enfant terrible de la psiquiatría española, Enrique González Duro. Ambos interlocutores repasan la Reforma de la Asistencia psiquiátrica y las dificultades a la hora de materializar ciertos avances en beneficio de la vida de las personas internas. Discuten también el creciente consumo de psicofármacos y señalan el enfriamiento de los procesos reformistas debido a las políticas post-transicionales auspiciadas, en gran medida, por la llegada del PSOE al poder. «La psiquiatría hoy no existe, solo hay fármacos», concluye González Duro.

Resulta enriquecedora la alternancia entre los contextos español y argentino, de los que participa el autor, y el análisis de sus respectivas luchas. Asimismo, la comparativa entre colectivos como Orgullo Loco, La Rara Troupe, La Revolución Delirante, muestra iniciativas que parten desde los ámbitos de las prácticas artísticas y la militancia despatologizante, integrándose y parasitando los tejidos del cuerpo social. En líneas generales, hay todo un esfuerzo por revisar las tentativas que persiguen una mayor autonomía individual y del común, con el objetivo de apuntar a un más allá en firme que no descuide el verdadero bienestar de las multitudinarias minorías.

Una «economía del exceso», nos propone Alfredo, ante la necesidad constante de regulación de nuestros ritmos vitales, nuestros desórdenes, nuestros desvíos. Una invitación a «aprender a perder la voluntad, aunque sea transitoriamente», porque nada hay de malo en abandonarse un poco. No podemos olvidar que existen sujetos que «muchas veces prefieren reconocerse en el rol de loco antes que navegar sin rumbo». Si de lo que hablamos es de politizar esa deriva afirmándola, debemos indagar en «la potencia de la crisis», a la escucha de los latidos locos del malestar susceptibles de contener formas inéditas de vida. Y quizás perder las formas, llegado el momento; desprenderse de los códigos neutros del envejecido aquí y ahora, para agrietar la pesadumbre cotidiana que inmoviliza, que (aún) no nos desborda lo suficiente.

Si de lo que hablamos es de politizar esa deriva afirmándola, debemos indagar en «la potencia de la crisis», a la escucha de los latidos locos del malestar susceptibles de contener formas inéditas de vida.

Imagen

Antes de cerrar el libro, lxs lectorxs encontrarán un álbum fotográfico que completa el estudio dedicado a «La Cadellada», el antiguo Hospital Psiquiátrico de Oviedo, con imágenes del fotógrafo y también interno Carlos Osorio (1975): un buen momento, entre contrastes de luces y sombras, para observar frente a frente esos rostros que miran fijamente, yerran, se hunden… ¿hacia dónde? Lo que se encierra, se anestesia o se mutila es una verdad tan grande que la racionalidad superflua del orden del bienestar prefiere muda. Frente a este sometimiento, late la promesa de aquellxs que hoy padecen, pero albergan con su hacer-estar en el mundo el impulso hacia una realidad menos asfixiante, menos formal, menos conforme; más libre, y, si cabe, más loca aún.

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