La interné pa´ quién la trabaje. Marta G Franco y su alegato de recuperación de lo digital en Las redes son nuestras.

Tuve el privilegio —o la desgracia— de acceder a Internet bastante pronto. A mediados de los 90, mi padre colaboraba con una empresa tecnológica y tenía acceso a Internet para poder trabajar en ella. Recuerdo con gran emoción aquellas tardes de domingo en las que lo acompañaba a su despacho a adelantar tareas (como buen autónomo pringado), mientras yo me dedicaba a trastear por aquella cosa tan nueva y tan curiosa que era Internet.

Al principio, las interacciones entre usuarios se asemejaban más a los Sims que a lo que es ahora. Recuerdo entrar en espacios virtuales con configuración de habitaciones de una casa y, allí, con un arcaico avatar, solicitar o que me solicitasen permiso para entablar una conversación. Un lugar donde, con mi macarrónico inglés, encontraba a gente que pensé que no existía, gente que compartía mis gustos musicales, mis obsesiones cinematográficas, mi soledad. Algo que, para aquella adolescente de 1998, parecía ciencia ficción y que más tarde se transformaría en foros y, en última instancia, en las redes sociales tal y como las conocemos ahora.

Imprimir la letra de las canciones de tu grupo favorito en papel continuo, querer conservar todo aquello con la sensación de que esa explosión no podía durar mucho y que esas letras de canciones, que por fin podrías cantar, desaparecerían para siempre. También recuerdo interacciones con preguntas incómodas, de avatares no identificados que quizá eran de esos primeros depredadores de adolescentes en Internet. Por desgracia, eso es algo que siempre aparece demasiado pronto.

Estas semanas hemos tenido la noticia de que Mark Zuckerberg va a permitir que se utilicen términos que patologizan al colectivo LGTBIQ+ —sí, Q+, esa Q tan importante que los gobiernos que se autoproclaman progresistas quieren cargarse—. Nada nuevo bajo el sol del control fascista de los recursos tecnológicos y, por ello, el libro de Marta G. Franco, Las redes son nuestras (Consonni, 2023), es precisamente ahora de lectura relevante.

La lectura de este libro me ha hecho recordar aquellas primeras interacciones digitales, las primeras páginas con estética fanzine punk, la ilusión por conocer gente nueva, las primeras redes sociales, cuando podías montarte una web a modo de diario adolescente con cuatro recursos de diseño. El Fotolog (¡que vuelva Fotolog!), el MySpace, el iPunkRock… Todo aquello que, en cierto modo, fue transformando la forma de construirnos y relacionarnos dentro de los márgenes.

Pero el libro de Marta G. Franco también nos recuerda algo importante que, por desgracia, ante la gentrificación tecnológica, hemos olvidado: que todo aquello no era un imperio capitalista de empresas que vendían tus datos al mejor postor y te inundaban con mil anuncios, convirtiendo el consumo en un tipo de ocio. No. Tampoco eran espacios patologizantes o violentos que te hacían sentir que no eras suficiente, al menos no al principio. Era un lugar de encuentro, de compartir y construir, de conectarse y conectar, de dialogar y generar sinergias, conexiones, activismos y redes sociales reales donde construir lugares seguros.

Yo siempre digo que, no sé si por inocencia o por pura pereza, no sigo las discusiones en redes sociales. De este modo, tengo que reconocer que me libro de muchos trolls. A mí, las redes sociales solo me han traído alegrías: he conocido gente estupenda —todos los colaboradores de este blog nos hemos conocido online—, he generado grandes amistades y vínculos que han hecho que me pasen cosas increíbles. Eso es algo que siempre les voy a reconocer.

En un momento en el que parece que todo es negativo, el libro de Marta G. Franco hace una genealogía, nos resitúa Internet: dónde está, cuál ha sido su historia, cuál es su necesidad y cómo la conexión online puede generar grupos de cuidado, activismo y acción tan necesarios en cualquier momento de la historia.

¿Y si las redes alguna vez fueron nuestras, por qué no podemos recuperarlas? Los códigos eran libres, así como la configuración de los espacios.

Ahora mismo, la violencia digital está a la orden del día: hordas de bots programados para hacer ganar elecciones, dueños mitómanos de redes de comunicación que transforman el algoritmo en un estado de sitio, perfiles construidos para destruir reputaciones y movimientos políticos feministas, ecologistas y LGTBIQ+, mientras los hombretones de la izquierda están discutiendo sobre lucha de clases entre hombres cis y blancos como ellos. Basura digital.

Las redes son nuestras pone en entredicho esta construcción capitalista y nos recuerda que fue gracias a la inversión pública que los medios digitales pudieron desarrollarse (con objetivos de dudoso gusto en algún caso, pero medios públicos al fin y al cabo), hasta su liberación, compra y privatización por parte de las grandes empresas. Este libro nos pone el foco y hace una crítica ecologista de la utilización de los medios digitales (que muchas veces se nos olvida) y de cómo hacer un uso sostenible que no suponga la devastación de los medios naturales. Nos ayuda a tomar conciencia de la influencia que tiene en el medioambiente esa aplicación en tu móvil de última generación.

Las redes son nuestras no debe leerse como una utopía, sino como un manual de acción. Un manual que te aporta información de dónde empezó todo y hacia dónde vamos, que te da alternativas de aplicaciones donde tus datos no son utilizados, que explica cómo organizarte y cómo hacer un uso óptimo de la tecnología que va a formar parte de nuestra vida.

Porque son muchos los que hablan de desconexión digital con grandes dosis de demagogia. Olvidamos que la desconexión digital también es un privilegio. ¿Qué haces si tienes a tu familia lejos, si estás pendiente de trabajos o colaboraciones, o si tienes una salud mental delicada y necesitas saber que hay alguien con quien hablar al otro lado del WhatsApp? A veces, estar en esa plaza enorme que es Internet te puede hacer sentir menos solo.

El libro tiene como colofón un relato de nuestra Ursula K. Le Guin nacional, Lola Robles, en el que una IA maravillosa y deseable por todos nosotros se crea en un entorno digitalmente sostenible.

Un libro absolutamente necesario para todos aquellos que estamos crónicamente online, pero también para todos aquellos que demonizan el uso de redes sociales, ya que te sitúa en la realidad y en que las redes deberían ser de todos, no de cuatro millonarios que han decidido privatizarlas. Porque las redes deberían ser pa’ quien se las trabaje.

Puedes hacerte con este libro en tu librería preferida o en la web de la editorial Consonni.

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