El deseo y el placer están mutando y con ellos nuestra capacidad de salir de la adicción capitalista y petrosexorracial. […] Ya no es Nietzsche: todos los nombres de la historia son tu nombre. Es Gloria Anzaldúa: la historia todavía no conoce vuestro nombre. […] Me gusta la disforia y su exaltación contra la norma porque es lo que conozco desde la infancia. […] Por vuestra disforia os reconoceré.
Paul B. Preciado
Vivimos, en el devenir de una mutación epistemológica y una transición somatopolítica, el derrumbe del antiguo régimen binario petrosexorracial dominado por las tecnologías de la violencia y las economías de la muerte, y al mismo tiempo, el extraordinario surgimiento de un nuevo mundo, de otras formas de existencia, de un maravilloso y disidente presente revolucionario. Estamos en la intersección entre la muerte, autopsia y transporte de órganos de un régimen heterocolonial con una epistemología binaria de la diferencia sexual a otro digital y ultraconectado con un potencial de transformación sin precedentes, donde la realidad se produce desde las prótesis de las pantallas virtuales y en el que las técnicas de creación de subjetividad han instaurado un nuevo ecosistema con sus climatizaciones, códigos de sociabilidad y rasgos del diseño del cuerpo sexual para el sujeto farmacopornográfico. Reinvención microprostética, rediseño de los cuerpos, deconstrucción de los géneros, revoluciones moleculares oníricas, invención de nuevos espacios inmateriales, experimentación autocobaya, activismos situados, mutación intencional, sublevación epistémica, rebelión somatopolítica, estos son los nuevos elementos de construcción, transición y habitabilidad de las atmósferas del sujeto del deseo en nuestro mundo disfórico.
El término “disforia” apareció a principios del siglo XX en los tratados de psiquiatría de Emil Kraepelin y Eugen Breuler (creador también del término “autismo”) para nombrar, mediante el registro de la cuidadosa percepción de los aparatos de verificación de signos clínicos, alteraciones afectivas que nombraron “trastornos psíquicos”, cuyo cuadro sintomatológico se componía principalmente de depresión en combinaciones variables con estados de ansiedad, miedo, irritabilidad, euforia, insomnio, fatiga generalizada, dolor continuo y malestar constante en pacientes con epilepsia, destacando también su predominancia en otros cuadros clínicos comunes. Paulatinamente, la categoría “disforia” se estableció en la medicina y la psiquiatría como una entidad psicopatológica que contenía una sintomatología diversa, variada y común de la que se desprende un discurso que permeó en los espacios políticos, sociales, educativos, gubernamentales y cotidianos.
Durante la década de los sesenta el instrumento clínico de la categoría de “disforia” remplazó, mediante una operación de concentración discursiva y estrategias retóricas, los signos de la transexualidad, la histeria y la melancolía, al mismo tiempo que se difundía el uso del término “trastorno” (trouble). Paulatinamente, con la incoherencia y ambigüedad de las definiciones psiquiátricas, el uso del concepto “disforia” como criterio de diagnóstico para distintas formas de malestar subjetivo se generalizó coincidiendo con el surgimiento del neoliberalismo y la implantación de nuevos regímenes digitales de producción de capital, subjetividad y de control bio-necro-psico-político de las poblaciones, donde su aparición históricamente situada es el producto de múltiples relaciones de poder, conocimiento y tecnologías del discurso médico y sus estilos de razonamiento epistemológico en el dominio científico cis-andro-hetero-centrado. “La modernidad disciplinaria era histérica; el fordismo, heredero de las secuelas de la violencia de las dos guerras mundiales sobre el psiquismo, era, como Deleuze y Guattari pusieron de manifiesto, esquizofrénico; el neoliberalismo cibernético y farmacopornográfico es disfórico” (p. 25).
La palabra dysphoria se compone del prefijo dys (que indica negación, dificultad o retirada) y la derivación del verbo pherein (llevar, transportar, trasladar, soportar). “Próxima al lenguaje de la física de los materiales, la noción de dysphoria señala un problema de carga, una dificultad de resistencia, la imposibilidad de sujetar el peso y transportarlo. Por analogía, para la psiquiatría, la disforia indica un trastorno del ánimo que hace que la vida cotidiana se vuelva inllevable” (p. 23). Sin embargo, la disforia no es una enfermedad mental, tampoco una simple continuidad de instrumentos clasificatorios de la norma o una articulación discursiva de signos clínicos verificables bajo los criterios del DSM-5, sino un rasgo de ruptura epistemológica, un signo de mutación política y un abismo provocado por la convulsión constante del régimen de la diferencia sexual binaria. La propuesta del filósofo y comisario de arte Paul B. Preciado, es pensar que la disforia no es un rasgo patológico de la personalidad de un individuo, sino el elemento articulador de una transición planetaria y de las prácticas de emancipación, cuidado, disidencia y revoluciones actuales.
“No existe la disforia como enfermedad individual. Al contrario, es preciso entender la dysphoria mundi como el efecto de un desfase, de una brecha, de una falla, entre dos regímenes epistemológicos. Entre el régimen petrosexorracial heredado de la modernidad occidental y un nuevo régimen aún balbuceante que se forja a través de actos de crítica y desobediencia política. Es preciso entender la dysphoria mundi como una condición somatopolítica general, el dolor que produce la gestión necropolítica de la subjetividad, al mismo tiempo que señala la potencia (no el poder) de los cuerpos vivos del planeta (incluido el propio planeta como cuerpo vivo) de extraerse de la genealogía capitalista, patriarcal y colonial a través de prácticas de inadecuación, de disidencia y de desidentificación.” (p. 27)
Paul B. Preciado en el transcurso de su vida ha efectuado desplazamientos críticos por colectivos lesbianos, trans y no binarios, al mismo tiempo que ha hecho de su cuerpo un laboratorio político experimental, dejando constancia y testimonio de sus transiciones mediante tratados filosóficos y eruditos ensayos que documentan las transformaciones y revoluciones de nuestro tiempo. Preciado no es un simple testigo, sino que a través de su cuerpo se escriben las mutaciones y mediante su discurso filosófico se teorizan, en una articulación donde las mutaciones revolucionarias atraviesan, configuran y diseñan nuevas formas somatopolíticas del cuerpo, de la subjetividad, de los usos de los placeres, de la producción de conocimiento científico y de las micropolíticas del deseo.
“No vemos ni entendemos el mundo, lo percibimos destrozándolo a través de las estrechas categorías que nos habitan. El dolor que a menudo sentimos al estar vivos es el dolor de esta negación del mundo y de su sentido. […] El cuerpo político vivo es tan vasto, tan sutil y maleable como el alma. No hablo aquí del cuerpo como objeto anatómico o como propiedad privada del sujeto individual (ambos derivados también del paradigma petrosexorracial moderno), sino de lo que llamo, precisamente para diferenciarlo del cuerpo de la modernidad, la somateca. Nuestra alma inhumana e inmensa, geológica y cósmica, recorre y satura el mundo, sin que logremos darnos cuenta de ello” (pp. 19-20).

El monumental Dysphoria mundi es un registro contrasexual singular, un libro mutante y un relato de transición planetaria que hace de la experimentación con el propio cuerpo un camino filosófico. Paul B. Preciado tuvo que declararse afectado por un tipo de locura a la que nombran disforia y permitir que los aparatos normativos lo diagnosticaran como “disfórico de género”,para que tuviera acceso a la modificación de sus documentos de identidad. Sin embargo, esa disforia no es para Preciado la marca de una patología, sino el signo silencioso de una dislocación estética, de una inadecuación política, de una brecha epistemológica y de una tensión inherente entre las fuerzas disidentes y las resistencias conservadoras que se disputan las tecnologías de subjetivación, las formas epistemológicas de la verdad y los espacios gubernamentales, al mismo tiempo que son efecto de la convulsión provocada por la crisis del régimen normativo y binario de la diferencia sexual y de género.
Nuestro presente es disfórico, disidente, mutante y revolucionario. El planeta en su conjunto está mutando, estamos mutando, todos estamos en este proceso de metamorfosis y rebelión somatopolítica, de reinvención de diseños de los espacios y de formas de narrar las ficciones del presente. Hay personas que se resisten a esta mutación y que optan por un camino reaccionario y violento. Estas personas representan y encarnan ideologías patriarcales, discursos coloniales y racistas con una epistemología binaria en términos de sexo y género de los cuerpos. Este régimen de representaciones binarias se está derrumbando al mismo tiempo que el proceso de mutaciones epistemológicas van cuestionando el conjunto de reglas en las cuales nos basamos para producir conocimiento, los criterios de verdad para entender fenómenos particulares de la realidad y de la subjetividad de forma general.
La visión de la epistemología binaria de la diferencia sexual y de género está en el centro de la matriz política del mundo heterosexual, racista, misógino, colonial y del capitalismo neoliberal. Es sobre la base de la ficción del dimorfismo sexual que se pretende sostener una postura esencialista de determinismo biologicista que se instrumentaliza para justificar una naturalización de conductas generizadas socialmente a partir de una determinada genitalidad, la capacidad de gestación y la producción de células reproductoras (óvulos o espermatozoides). Es decir, este esencialismo pretende, mediante articulaciones discursivas, justificar y sostener como una premisa “natural” la simbolización de la diferencia sexual a partir de un dimorfismo de género sostenido en la potencialidad de gestación y la generación de células reproductoras, de donde se deriva la jerarquía de heterosexualidad como norma reproductora, marco epistémico dicotómico con sesgos racistas y coloniales, así como el criterio social de justificación de filiación y parentesco, volviéndose una técnica biopolítica de gestión de las poblaciones en la modernidad. Así, la inscripción de la masculinidad y la feminidad, dentro de los discursos de la sexualidad, se volvió un dispositivo de regulación y normalización de los cuerpos haciendo aparecer también las categorías de “homosexualidad”, “transexualidad” o “disforia de género”, entendidas para este discurso como desviaciones o trastornos.
Actualmente, la diferencia sexual binaria como la conocemos en la modernidad, es decir, la diferencia pensada como una diferencia anatómica entre un pene y una vagina, los órganos y células reproductoras, la capacidad de gestación e incluso la cantidad de determinadas hormonas, se encuentra en una crisis y derrumbe de sus bases ontológicas, epistémicas, discursivas, políticas y sociales. Hay en ciernes una nueva epistemología, una mutación donde los vínculos entre sexo, género e identidad se están transformando e influyendo en las formas de pensar la ciudadanía y las condiciones de acceso a la vida política en el horizonte de los procesos democráticos del planeta.
Ahora bien, el capitalismo, sostenido en las opresiones estructurales de colonización, racialización, energías fósiles, género y clase social, ha producido un tipo de estética particular sobre la estructuración de la vida, la percepción y las configuraciones de las experiencias sensoriales compartidas comunitariamente. Paul B. Preciado denomina a este conjunto de tecnologías de gobierno, representación y maquinaria generadora de realidad, y este es uno de los conceptos más importantes que propone en su libro, “estética petrosexorracial”.
“Denomino «petrosexorracial» a aquel modo de organización social y a aquel conjunto de tecnologías de gobierno y de la representación que surgieron a partir del siglo XVI con la expansión del capitalismo colonial y de las epistemologías raciales y sexuales desde Europa a la totalidad del planeta. En términos energéticos, el modo de producción petrosexorracial depende de la combustión de energías fósiles altamente contaminantes y generadoras de calentamiento climático. La infraestructura epistémica de esas tecnologías de gobierno es la clasificación social de los seres vivos de acuerdo con las taxonomías científicas modernas de especie, raza, sexo y sexualidad. Estas categorías binarias han servido para legitimar la destrucción del ecosistema y la dominación de unos cuerpos sobre otros. Sin una gran masa de cuerpos subalternos sometidos a segmentaciones de especie, sexo, género, clase y raza, ni el extractivismo fósil ni la organización de la economía mundial capitalista habrían sido posibles. En este régimen, el cuerpo reconocido como humano, al que se le ha asignado el sexo o género masculino al nacer y marcado como blanco, válido y nacional, tiene el monopolio del uso de las técnicas de violencia. La especificidad de esta violencia es que se despliega al mismo tiempo como poder y placer, como fuerza (Gewalt) y deseo (Wunt) sobre el cuerpo del otro. Extracción, combustión, penetración, apropiación, posesión: destrucción. El patriarcado y la colonialidad no son épocas históricas que hayamos dejado atrás, sino epistemologías, infraestructuras cognitivas, regímenes de representación, técnicas del cuerpo, tecnologías del poder, discursos y aparatos de verificación, narrativas e imágenes que siguen operando en el presente.” (pp. 40-41)
Los pilares del capitalismo petrosexorracial son la destrucción masiva de los ecosistemas mediante procesos extractivistas, la violencia sexual, racial y de género sistemáticas y estructurales, el consumo de energías fósiles que generan zonas de sacrificio (sitios de depósito de residuos contaminantes cuyos niveles extremos de envenenamiento implican su completa destrucción en beneficio del mercado y la producción de capital), un placer consustancial a la destrucción y la muerte, así como un consumo masivo y carnívoro de productos destinados al desecho y la acumulación, donde “la política normalizadora del cuerpo en el capitalismo petrosexorracial crea una ilusión de realismo de la percepción” (p.49). Ante este panorama, la revolución es al mismo tiempo una transición epistémica y esta transición epistémica implica una mutación de las esferas planetaria y micropolítica.
La oposición entre las tecnologías farmacopornográficas del capitalismo petrosexorracial y las micropolíticas de transición a una nueva epistemología mutante para la invención de formas disidentes de subjetivación y agenciamientos colectivos en el devenir del presente, han producido seísmos y desplazamientos capaces de “introducir rupturas en la historia repetitiva y letal del capitalismo global. En la disforia, como resistencia a la normalización y como dolor sensorial o estético, reside también la posibilidad de una mutación sistémica” (p. 50). En este proceso de insurrección transfeminista, queer y decolonial, el cuerpo se revela como el lugar en el que se encarnan las mutaciones de esta transición epistemológica, gubernamental y tecnológica, donde la imaginación se vuelve una fuerza de transformación política.

A partir de Donna Haraway y Judith Butler, la hipótesis revolución que nos propone Preciado implica una crítica a las políticas de la identidad y un desplazamiento de la noción de sujeto político, para concebir nuestro cuerpo – el archivo vivo de la somateca – como un simbionte político, es decir, pensarnos como mutantes relacionales que establecemos vínculos y asociaciones con otros organismos, con nuestro entorno y nuestro contexto para poder sobrevivir. Estas relaciones de dependencia nos sitúan como cuerpos vulnerables, pero también con capacidad de agenciamiento en nuestro entorno inmediato vía las micropolíticas cotidianas de convivencia en las configuraciones de la mayor revolución colectiva de la historia. Para teorizar este proceso, Preciado hace una extrapolación de la teoría de supercuerdas en física para enunciar una teoría de supercuerdas micropolíticas para vincular y mostrar las intersecciones, conexiones y vinculaciones transversales entre las luchas transfeministas, antirracistas, decoloniales, ecologistas y de emancipación de clase en el capitalismo petrosexorracial y cibernético.
“La teoría de las supercuerdas micropolíticas sigue dos líneas de investigación: una tiene que ver con las transformaciones en curso de las tecnologías biopolíticas y necropolíticas en el capitalismo farmacopornográfico; la otra con las mutaciones que se están operando en esa modalidad de existencia que hasta ahora se había dado en llamar «subjetividad», así como de las técnicas sociales a través de las que los «simbiontes» acceden a la representación política. […] Ambas líneas de investigación confluyen en lo que denomino «somateca»: el cuerpo vivo como lugar de la acción política y del pensamiento filosófico. La somateca no es ni una propiedad privada ni un objeto anatómico, sino un archivo político vivo en el que se instituyen y destituyen formas de poder y de soberanía.” (p. 61)
Preciado no se dirige a sus lectores en tanto homosexuales o heterosexuales, trans o cis, sino en tanto cuerpos vivos que deben enfrentarse con técnicas de la violencia cotidiana y la necropolítica estatal y mercantil, y las con distintas formas de precariedad y de instrumentalización de la vulnerabilidad que dominan todas las entidades políticas en el planeta. La pandemia del covid-19 produjo una aceleración en los procesos de digitalización de la realidad que, mediante las prótesis de los smartphones y las redes eléctricas del internet, han reconvertido el espacio doméstico en un sitio económico de teleconsumo, producción de capital, control y cibervigilancia. El discurso científico, los espacios digitales que habitamos y las prótesis de los gadgets que hemos incorporado como parte de nuestros cuerpos tecnificados, son las nuevas formas de vínculos sociales.
En esta New Economy, donde hay un acelerado desarrollo e incorporación cotidiana de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), encontramos tanto la multiplicación de las máquinas en las fábricas, así como la transformación de los espacios laborales, burocráticos y educativos en fábricas digitales de trabajo cognitivo. Así, la sensibilidad corporal se digitaliza y tecnoproduce en el diseño anestésico de las luces de las pantallas incorporadas a nuestras camas y entornos cotidianos, modificando nuestra relación con el espacio, con otros cuerpos y con nuestra propia subjetividad. Los nexos discursivos de las microfísicas del poder en este nuevo entorno de pornotopías digitales y pequeños archipiélagos de desplegados de domesticidad multimedia, nos transforman en prosumidores habitando nuevas arquitecturas inmateriales.
Las tecnologías de mediación tienen la capacidad del diseño de nuevos entornos, realidades y corporalidades, mediante la conexión, captura y gestión de las sensibilidades, los deseos, las excitaciones, emociones y afectividades de un sujeto en un contexto determinado, mediante las prótesis de los móviles. En este caso, nos encontramos con nuevas formas de organismos cibernéticos que habitan nuevos espacios virtuales donde convergen elementos tecnológicos, míticos, textuales y políticos, deviniendo en un nuevo tipo de cíborg mutante y digital ultraconectado a nuevas arquitecturas inmateriales y mega infraestructuras físicas. Aparece así un nuevo espacio virtual, con sus delineados fantasmagóricos y lugares terrenales diseminados por el planeta, cuyas principales virtudes son el diseño de un nuevo tipo de corporalidad y encarnación, así como su capacidad inherente para producir afectos, deseos, emociones y sensibilidades mediante la generación de la realidad.
Lo virtual construye espacios. El ciberespacio tiene una profunda influencia en la fabricación y utilidad de los espacios físicos, el diseño, la producción corporal y la construcción de nuevas arquitecturas. Actualmente, la principal herramienta de acceso a los espacios virtuales es la prótesis del teléfono celular implantada en la palma de nuestra mano. El pequeño aparato, construido a partir de tierras raras, plásticos y terminales eléctricas con una lisa y anestésica pantalla luminosa, ha tenido un enorme impacto en las formas de producción de subjetividad, modificando las relaciones entre diseño y corporalidad, arquitectura e imagen, tiempo y espacio, interior y exterior, gestos y silencios, micropolíticas y afectos. El teléfono móvil es ya parte de nuestros cuerpos y nuestros cuerpos a su vez forman parte de la infraestructura del aparato de producción corporal virtual y sus ramificaciones tecnológicas.
Para los arquitectos Beatriz Colomina y Mark Wigley (2021), los smartphones y toda la infraestructura que los sostiene son, posiblemente, la pieza de diseño, montaje y cimentación más grande que hemos construido y de la que somos parte en nuestra historia como agentes actuantes de las metamorfosis del planeta. Del mismo modo que somos parte de una transición de epistemologías y regímenes de verdad, nuestros cuerpos están siendo rediseñados en nuevos espacios virtuales. La prótesis del teléfono móvil implantado en la palma de nuestra mano ha multiplicado, modificado y creado nuevas formas de experimentar los espacios, los pensamientos, la acción y ejecución de una multiplicidad de actividades. Es al mismo tiempo la modificación corporal, sensorial y afectiva de nuestras experiencias desplegadas en las redes sociales y los servicios de mensajería digital, así como el diseño perfecto resultado de la mezcla del poder computacional con la invención de nuevas formas de arquitectura multimedia.
En este contexto de mutaciones, las dinámicas de poder, resistencia, soberanía y opresión impregnan las nuevas tecnologías cibernéticas de control, adicción y comunicación. En Testo yonqui (2020), Preciado describe las técnicas de subjetivación farmacopornográficas, cuyas plataformas son la industria farmacéutica (en sus variantes legales e ilegales) y la pornografía (entendida como un dispositivo virtual masturbatorio), en donde se generan las actuales modalidades de producción de capital inmaterial en el neoliberalismo digital, teniendo como ejes vertebradores la gestión bio-necro-psico-política del cuerpo y la sexualidad.
Así, el control farmacopornográfico infiltra y domina toda forma de producción, desde la biotecnología agraria hasta la industria high-tech de la comunicación. En el periodo «farmacopornista», la industria farmacopornográfica sintetiza y define un modo específico de producción y de consumo, una temporalización masturbatoria de la vida, una estética virtual y alucinógena del objeto vivo, un modo particular de transformar el espacio interior en afuera y la ciudad en interioridad y «espacio basura» a través de dispositivos de autovigilancia y difusión ultrarrápida de información, un modo continuo y sin reposo de desear y de resistir, de consumir y destruir, de evolucionar y de autoextinguirse (Preciado, 2020: 36).
En el régimen farmacopornográfico petrosexorracial se ha producido la eclosión de un nuevo tipo de aparato de producción corporal, mediante técnicas de generación de la realidad y el diseño de espacios digitales que modifican la sensibilidad, percepción y afectividad de los cuerpos, los sujetos y las prácticas sociales y subjetivas. En este mismo orden de ideas, las formas y manifestaciones de la violencia adquieren mutaciones contextuales y situadas, además de que sus prácticas se expanden en los nuevos ecosistemas digitales. En Un apartamento en Urano (2019: 76-79), Preciado sitúa como una tercera naturaleza artificial (en genealogía con los artefactos impresos y la cultura del libro) a la realidad digital y sus espacios virtuales posibilitados por el internet, demandando una nueva conciencia política sobre las relaciones de sumisión y dominación que posibilitan, y destacando que las aplicaciones de nuestros móviles se instalan principalmente en nuestro aparato cognitivo, por lo que se hace crucial la invención de un nuevo tipo de ética para no caer, por estupidez, en el riesgo del totalitarismo.
La era de la aniquilación nuclear (que incluye la detonación de las bombas atómicas, el Sarcófago de Chernóbil con su corazón de energía radioactiva o las consecuencias del accidente nuclear de Fukushima I) ha puesto en marcha un nuevo tipo de régimen de producción y creación de realidades virtuales, formas de relación digitales, invención de verdades y anestésicos sensitivos altamente efectivos, así como nuevas técnicas bio-necro-psico-políticasde control y gestión de los territorios, las poblaciones y los cuerpos a niveles de las microfísicas del poder. Nos encontramos en la transición de una nueva historia de la tecnosexualidad donde la producción corporal es materializada a través de soportes farmacéuticos, discursivos y estéticos, prótesis cibernéticas y arquitecturas inmateriales.
Nuestro cuerpo es una entidad porosa, maleable y plástica que consume y se administra, de maneras versátiles y contextuales, diversas sustancias que por sus cualidades son potencialmente adictivas (este tipo de sustancias son los libros, las imágenes fijas y en movimiento, los códigos semióticos, las series o la música, pero también la carne, el azúcar, los opiáceos, el café o el tabaco, etc.). Del mismo modo que nuestro cerebro se nutre de la energía producida por el consumo de azúcar para llevar a cabo los procesos vitales del cuerpo y el pensamiento, la energía eléctrica de las conexiones a internet, mediante las jeringuillas de los smartphones y a través del enganche a las redes sociales, suministran un tipo particular de sustancia adictiva denominada por Preciado, “heroína electrónica”.
Teniendo como referente al escritor William Burroughs, Preciado destaca que los rasgos elementales que sostienen a la heroína electrónica como un dispositivo de subjetivación en la era de la telecomunicación son, el poder como adicción y la comunicación como contagio, cuyas operaciones son tiempo articulado mediante la escritura y donde el lenguaje mismo es también una sustancia que circula entre los cuerpos y las máquinas. “El virus de la escritura es, para Burroughs, una pequeña unidad de palabra e imagen activada biológicamente para actuar como una entidad viral comunicable” (p. 71), por lo que escribir, hablar, intentar comunicar, es esencialmente contaminar con los parásitos del lenguaje y sus entidades discursivas. Este diseño orgánico del cuerpo como máquina blanda (soft machine) y entidad contagiada y contaminante del virus del lenguaje es la que permite articular las relaciones de sumisión, obediencia y control como una forma de adicción con las tecnologías de poder y las técnicas de producción de capital, gestionadas mediante la suministración electroquímica en nuestras somatecas de la heroína electrónica.
Las pantallas son la nueva piel del mundo y somos los testigos mutantes de un proceso de reinvención de las realidades y del rediseño del cuerpo sexual, cuyo reverso son miles de metros de cables de una infraestructura material que recubre el planeta y que, mediante la energía eléctrica del internet, tiene la capacidad de traficar afectos, poner en movimiento emociones y estimular la potencialidad de los deseos. Por momentos, parece que cedemos la ilusión de privacidad a cambio del autodiseño, de compartir momentos privados como publicaciones estéticas desde una obscena y mundana comunidad, de usar los espacios de socialización virtual y singularización corporal, a cambio del espejismo de las promesas de autonomía. Si las relaciones entre el sujeto farmacopornográfico y los aparatos de poder del capitalismo petrosexorracial son, esencialmente, relaciones de dependencia adictiva, ¿cómo inventar prácticas de libertad, vínculos de liberación, disidencias críticas y otras técnicas de subjetivación?
Con un estilo de escritura cut-up y la rigurosa y documentada argumentación que lo caracteriza, Paul B. Preciado tiene como interlocutor inicial a Günther Anders para desplegar su análisis de la pandemia que atravesamos, sin perder de vista este contexto de máquinas blandas adictas a la heroína electrónica, donde las ruinas del incendio de la catedral de Notre Dame fueron el preludio y la obertura de una nueva época que comienza. El proceso de globalización, iniciado con la clausura del experimento biopolítico del holocausto y el uso de las armas nucleares, implica la extensión, sin fronteras, de las industrias de la muerte, de la fabricación sin límite de armas, de la destrucción extractivista de ecosistemas y culturas, así como la proximidad y permeabilidad en cada aspecto de la vida cotidiana de la depredación del capitalismo farmacopornográfico petrosexorracial. La pandemia del covid-19 ha producido una aceleración en el proceso de mutación epistemológica y de transición planetaria, inicialmente, con una fractura en el tiempo y un desajuste en las categorías con las que estructuramos y entendemos la realidad.
“El tiempo está cambiando de piel. Y con el tiempo, todos los significantes sociales y políticos que segmentaban el orden de la modernidad. Dentro, fuera. Lleno, vacío. Seguro, tóxico. Masculino, femenino. Blanco, negro. Humano, animal. Nacional, extranjero. Cultura, naturaleza. Público, privado. Orgánico, mecánico. Centro, periferia. Aquí, allí. Analógico, digital. Vivo, muerto. El tiempo se ha desordenado, se ha vuelto disfórico.” (p. 98)
El despliegue narrativo de Preciado sobre la pandemia del covid-19 anuda su propia experiencia singular con la enfermedad y la crónica de los acontecimientos planetarios del año 2020 (que parece que no termina y del que tampoco se tiene claro cuándo comenzó), entregándonos un erudito análisis filosófico sobre la dislocación disfórica del presente, teniendo como eje articulador el conjunto de los principales y más importantes temas actuales: biopolítica, vida, muerte, diferencia sexual, fronteras, migración, identidad, vigilancia, sujeto, hogar, respiración, sentidos, sensibilidad, verdad, cuerpo, ciudad, trabajo, sociedad, duelo, dolor, animalidad, sufrimiento, vulnerabilidad, desigualdad, ciudadanía, reproducción, espacios vitales, cambio climático, energía, historia, intimidad, exposición, inmunidad, enfermedad, infección, contaminación, industrias farmacológicas, domesticidad, guerra, democracia, Estado, colonialismo, sexualidad, deseo, placer, libertad, revolución. Cada uno de estos conceptos ha sido alterado, ha sufrido una mutación en sus efectos de sentido y esa trasformación es un seísmo de los códigos de enunciación, produciendo una multiplicidad de discursos que perturban los aparatos de verificación paradigmáticos del antiguo régimen y que devienen en una metamorfosis planetaria. Time is out of joint, frase que William Shakespeare escribió en su obra más conocida, describe la torsión, la desviación, el desplazamiento, la ambigüedad, el rasgo inicial de la alteración en la percepción de la realidad provocada por un tiempo disfórico que está en transición.
“¿Qué podemos aprender de la gestión neoliberal del covid cuando lo examinamos desde una perspectiva transfeminista descolonial? Es precisamente en momentos como estos cuando es necesario, por decirlo con la feminista Françoise Vergès, activar el pensamiento utópico, como energía antagonista y como fuerza de levantamiento, como sueño emancipador y gesto de ruptura. La gestión de la crisis del covid-19 generó no solo un estado de excepción político o una regulación higiénica del cuerpo social, sino también lo que podríamos llamar, siguiendo a Félix Guattari y Suely Rolnik, un estado de excepción micropolítico, una crisis de la infraestructura de la conciencia, de la percepción, del sentido y de la significación del mundo.”(p. 510)
El desajuste que produjo la pandemia del covid-19 ha sacudido las estructuras de la percepción, significado y sentido del mundo, deviniendo en una aceleración de las metamorfosis de las tecnologías discursivas, micropolíticas y de la conciencia en el tránsito y dislocación para un cambio de paradigma planetario. Para Preciado, esta mutación intencional y rebelión somatopolítica se divide en tres etapas: primero, la antesala de la finitud del sujeto petrosexorracial, el final de la hegemonía soberana del cuerpo blanco, cisgénero, heterosexual, masculino y dueño del capital económico, inaugurando un nuevo momento para la transversalización de las luchas y la colectivización de las experiencias de desposesión, injusticia, opresión y muerte; segundo, la capacidad de ver la cadena trófica, es decir, contemplar y tener como base que el nuevo sujeto de la revolución planetaria se configura en una estructura intrínsecamente conectada y que las distintas formas de opresión se amplifican en procesos de entrelazamiento, por lo que la alianza transversal entre luchas transfeministas, anticoloniales y ecologistas es una clave crucial y necesaria para la revolución somatopolítica; y tercero, la mutación de la función deseante, pues “solo una modificación radical del deseo podía poner en marcha la transición epistemológica y social capaz de desplazar el régimen capitalista petrosexorracial” (p. 518).
Dysphoria mundi es un libro que registra el sonido de un antiguo régimen derrumbándose y las melodías de un mundo nuevo emergiendo de sus ruinas. Este proceso comenzó con las luchas antirracistas y de descolonización, seguido por el movimiento feminista y los movimientos de liberación sexual, de los cuerpos con diversidad funcional y los activismos de las personas que viven con VIH. Y estos grandes movimientos se han amplificado al cuestionar la visión binaria del sexo y del género, del trabajo y de la clase, de las divisiones fronterizas y de las técnicas de la violencia, haciendo críticas interseccionales de las opresiones que nos atraviesan.
Hoy en día, vivimos en las ruinas del capitalismo, en las ruinas del patriarcado, el único problema es que sigue habiendo muchas personas que se obstinan en definirse a partir de esas ruinas y que luchan por mantenerlas y conservarlas, principalmente, por los beneficios que obtienen de sus privilegios de clase económica y de género. Sin embargo, está muy claro que la revolución es un proceso epistemológico que ya está en marcha. No es la revolución como siempre se la ha imaginado, liderada por hombres con armas en la mano o que implica un cambio de las gestiones del poder del Estado, sino que es un cambio del régimen de representación y producción de la realidad. Atravesamos un extraordinario momento de revolución epistemológica y tenemos la posibilidad de cambiar la significación de todas las cosas, podemos cambiar las gramáticas del mundo.
Por primera vez en la historia, existe la posibilidad de un gran movimiento transversal revolucionario de los cuerpos vivos, con agenciamientos heterogéneos, que se reúnen como parlamentos de somatecas disidentes. La rebelión en la era farmacopornográfica del capitalismo petrosexorracial que propone Preciado, consiste en nuevas formas de comunidad, de vinculación afectiva y micropolítica, en la colectivización del conocimiento y en decodificar e intervenir las tecnologías que nos constituyen, mediante un conjunto de prácticas de la libertad disidentes que incluyen la reparación, el cuidado y la experimentación. Paul B. Preciado habla más de revolución que de liberación, porque no se trata solo de liberarse, sino también de tener la capacidad de transformarse, de mutar, de mirar nuestros propios cuerpos. En este sentido, el argumento principal del libro coincide con Foucault al plantear que la libertad es una práctica, algo que se ejercita, algo por inventar todavía. Simbiontes políticos y disidentes, somatecas disfóricas del planeta, unámonos en nuevos pactos contrasexuales y prácticas de la libertad para la revolución mutante del placer y el amor consumada en la metamorfosis poética del deseo. Dysphoria mundi.